«El secesionismo catalán es un golpe populista»
En «Contra la España vacía» apela a la necesidad de que la democracia liberal frene el sentimentalismo nacionalista
SergioSergio del Molino revisita nuestro espacio geográfico y político en «Contra la España vacía» (Alfaguara), un libro que camina sobre sus propios pasos para matizar, redefinir y precisar algunos conceptos. Una obra que vuelve sobre el ensayo que dio prestigio al escritor y al que suma preocupaciones antes inexistentes y nuevas reflexiones al hilo de ellas.
–¿La despoblación puede destruir España como comunidad política?
–La despoblación es un rasgo acentuado de la España contemporánea que puede ser útil a la hora de dibujar mitos y relatos. En sí misma, la despoblación no es nada. Ocurre en otras partes del mundo, aunque el abandono del mundo rural tiene en España peculiaridades determinadas ligadas a su geografía y su historia. Puede servir para crear una red de relatos de ida y vuelta que ayudarían a tomar conciencia de que estamos todos juntos, formamos un espacio de convivencia que va más allá de un marco legal y un contrato social pensado en abstracto. Hay algo más íntimo. –¿Como...?
–Me considero afín a la tradición ilustrada y liberal, y a una Constitución como la que tenemos, pero el contrato social es frágil, como se ha demostrado en estos años cuando ha sido tocada por el esencialismo de los movimientos políticos arraigados en la sentimentalidad y las emociones. La democracia liberal y los constitucionalistas deben oponerse a eso e impedir que ese sentimentalismo cope los vacíos y arrase con todo. Hay que plantar batalla a las emociones y hay que elaborar una serie de relatos que acompañen o refuercen nuestro contrato social. Hoy sabemos que un elemento muy eficaz para movilizar a las masas y la población, desde el punto de vista político, es el nacionalismo, el sentimiento de pertenencia nacional. La democracia nacional, si no tiene nada que decir o vencer en el plano de los sentimientos y los vínculos que unen personas, o sea, en el contrato social al que me refiero, se verán desplazados por aquellos a los que no les preocupa esa unión y que a su vez buscan comunidades basadas en las etnias y las lenguas.
–¿Ve amenazas?
–Corremos un peligro que no existía en 2016. En España, en Europa y en el Mundo. Hay varios francos por los cuales la democracia liberal sufre ataques sensibles. En España el movimiento secesionista catalán está siendo un golpe populista que está haciendo temblar los cimientos del Estado. Además, ha provocado la reacción del nacionalismo de extrema derecha encarnado en Vox, una posición política marginal que ahora es una tercera fuerza. Es el rebote a la sacudida nacionalista. Son dos elementos desestabilizadores. Están ahí, tienen poder y, si no se impide, pueden ganar simpatías y acabar destruyendo la democracia.
–¿Sí?
–No soy catastrofista. No estamos a las puertas de totalitarismos ni ante una amenaza parecida a Hitler, pero sí hay signos preocupantes, como el Brexit o los rugidos populistas de Polonia y Hungría. España no escapa a eso. Esos fenómenos tienen una expresión en España, como el descrédito generalizado de la democracia liberal. Si no hacemos nada, los que todavía creemos en una democracia fuerte, seremos barridos.
–«Un país obsesionado con su mitología es una dictadura inhabitable. Un país sin ella no existe», escribe.
–Los nacionalismos saben leer agravios de la sociedad. Saben explotar el victimismo. Simplificar una sociedad compleja para crear un mito que permita exacerbar una sociedad. El peligro es lo que planteaba: no puedes oponerte con la misma fiereza que un nacionalista, porque serías igual de simplista. Tú perteneces a una sociedad abierta y no puedes retrotraerte a eso, pero tienes que ofrecer algo. Tienes que ser una respuesta colectiva. Ya no valen los comuneros y los mitos que teníamos antes. En España, en los últimos 40 años, ha habido una renuncia al mito nacional, y con el paso de los años, la propia comunidad política se ha debilitado.