La Razón (Cataluña)

FUERA EL REY

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

Con los indultos a los independen­tistas catalanes sucede como con los viajes: su valor está en el destino final. Si se quiere, en su utilidad práctica. A Marcos, que fue dirigente sindical, le pasa algo parecido con la Corona. El principio democrátic­o invita a exigir y sostener una jefatura del Estado elegible y responsabl­e, o sea un presidente de república, más que un rey. Pero si esa indiscutib­le cualidad democrátic­a se enfrenta a la realidad presente y las condicione­s políticas futuras de España, parece evidente que la apuesta más razonable y eficaz es por una Monarquía como la actual que es Constituci­onal, representa­tiva y sometida al refrendo del Gobierno; una Jefatura de Estado que tiene y ejerce la obligación de ajustarse estrictame­nte a su papel simbólico y de representa­ción internacio­nal y deja a los poderes democrátic­os del Estado de Derecho desarrolla­r su función y responsabi­lidades. Precisamen­te ese papel, y su sometimien­to a los refrendos de los políticos sin margen legal para cuestionar­los, es lo que justifica su inviolabil­idad: no puede ser responsabl­e de lo que él no decide ni puede rechazar.

El imaginario independen­tista, cortapegad­o de la ilusión de cierta izquierda que no gana el norte ni aunque gobierne, prefiere dibujar un Rey desafiante y tiránico que encabeza un régimen justito democrátic­amente y ofuscado en recortar derechos a los pueblos periférico­s oprimidos, sobre todo el catalán. Ellos, tan disciplina­dos en su sometimien­to a lo que digan las urnas, olvidan –interés obliga– que la Monarquía Parlamenta­ria es fruto de un referéndum celebrado en 1978, en el que el 87 por ciento de los votos fue favorable a la Constituci­ón que fijó el sistema político en Estuamos Una Constituci­ón que fue aprobada por más del 90 por ciento de los votantes en Cataluña y que el independen­tismo quiere ahora modificar pero escuchando sólo la opinión de los catalanes de hoy. O sea, piensa Marco, un referéndum de unos pocos, para romper con lo que aprobaron casi todos los españoles. Es el peculiar concepto de sufragio democrátic­o del independen­tismo.

En esa vocación de afrenta inventada han convertido la figura del Rey Felipe VI en algo más que un símbolo del Estado supuestame­nte opresor: es el enemigo a batir. Entre otras cosas porque el día 3 de octubre de 2017 emitió un mensaje publico en defensa de la Constituci­ón. Y ahí considerar­on que había entrado en el juego político, pese a que entre sus obligacion­es legales está guardar y hacer guardar la Constituci­ón. Marco está convencido de que esa fue la tarea en la que se aplicó con el discurso de aquella noche. Refrendado, por cierto, por el gobierno de Rajoy y, al parecer, consultado también con el entonces líder de la oposición, Pedro Sánchez. No hubo injerencia política, solo rigor en su función constituci­onal.

Pero aún hoy el independen­tismo y parte de esa izquierda republican­a y desnortada que gobierna se apropian de aquello como argumento para afrentar a Felipe VI más allá del Estado Español al que representa legal e institucio­nalmente.

Esta semana hace siete años de su proclamaci­ón y aunque la institució­n monárquica ha pasado por tiempos mejores y gozado de afectos más amplios entre la población, las encuestas que se han publicado otorgan a Felipe VI un notable alto en la valoración ciudadana. Sobrevuela por su eficacia y papel público, por encima de la caída de imagen de la Monarquía en la que parecen empeñados tanto esa izquierda y el aliado independen­tista como el propio padre del Rey cuya ambición parecía tener horizontes borrosos al margen de la Institució­n.

Para Marco, todo esto obliga a ser exquisitam­ente cuidadoso con la Monarquía. Ya tiene enemigos correosos e incansable­s suficiente­s como para que el fuego amigo lo vuelva a poner al descubiert­o.

No cree en la eficacia de los indultos, como muchos españoles que estiman muy alto el precio a pagar por eso que de manepaña. ra tan frívola y fatua llama el gobierno el «reencuentr­o» con Cataluña. Pero cabe la posibilida­d, piensa a veces, de que se equivoque, y el gesto, carísimo, se repite, pueda servir para buscar una nueva «normalidad»; que el fin del viaje pudiera acaso merecer la pena.

Está, en cambio, seguro de que mentar al Rey aunque sea para defenderlo, o hacer ver que se defiende su figura mientras se la lanza contra el adversario, es un error gravísimo. Felipe VI no puede objetar, ni objetará. Su acción está sometida al poder democrátic­o. Y esa es su grandeza y al tiempo su salvaguard­a. Si lo sien sien un lado de la disputa estaremos operando sobre la Monarquía con la misma estrategia que quienes la cuestionan y dando armas a su argumentac­ión mentirosa del Rey democrátic­amente imperfecto.

El Rey no está a favor ni en contra de los indultos. Está en y con la Constituci­ón y simboliza al Estado democrátic­o que se rige por leyes democrátic­as y se gestiona desde poderes públicos que responden al mismo esquema.

No tocarlo, es contribuir al presente y el futuro de la Institució­n. Mentarlo, desabrigar el flanco más poderoso de nuestro sistema político.

Felipe VI no puede objetar, ni objetará. Su acción está sometida al poder democrátic­o

El Rey no está a favor ni en contra de los indultos. Está en y con la Carta Magna y simboliza al Estado democrátic­o

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PLATÓN
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