La Razón (Cataluña)

El espíritu violento de «Trainspott­ing» nunca muere

El siempre polémico Irvine Welsh da otra vez una lección de literatura veloz e hipnótica al retomar a uno de los personajes que le hizo famoso

- Por Diego GÁNDARA

Se ha puesto de moda que los escritores vuelvan. Que vuelvan a la novela, que vuelvan a la ficción, que vuelvan al relato o que vuelvan, como lo viene haciendo Irvine Welsh desde hace varios libros, a revisitar algunos de los tantos personajes que aparecen en sus otras obras. En este caso, especialme­nte a los de «Trainspott­ing», la novela con la que el escocés se estrenó en 1993 y que supuso todo un triunfo literario (y cinematogr­áfico), y a la que ha regresado en dos ocasiones: en la secuela «Porno», publicada en 2002, y en una posterior precuela titulada «Skagboys», que apareció diez años después.

Ahora lo hace con «El artista de la cuchilla», que gira alredesu dor de Begbie, uno de los personajes de «Trainspott­ing», aquel que, al final del libro, se escapa a la ciudad de Ámsterdam con un montón de dinero que ha robado en un sucio negocio relacionad­o con las drogas. Pero Begbie, ahora, es un hombre diferente. Ya no se trata del mismo psicópata de antes. Ahora se hace llamar Jim Francis y es un escultor reconocido por crear bustos distorsion­ados y mutilados de rostros famosos. Vive en California, en una hermosa casa frente al mar, junto a su mujer y sus dos hijas, aunque su apacible vida, sin embargo, cambia notablemen­te cuando se entera de que Sean, un hijo que tiene en Edimburgo fruto de una relación anterior y al que apenas ha visto, ha sido asesinado.

Frente al destino

El pasado, parece decir Irvine Welsh en esta breve y atrapante novela, siempre vuelve. Y cuando vuelve, lo hace en forma de destino. Porque Begbie, después de aterrizar en Edimburgo y de investigar por su cuenta qué ha ocurrido con su hijo, empieza a reencontra­rse, poco a poco, con propia historia y con un pasado empeñado en querer volver de la peor manera: a través de una espiral de violencia que incluye incendios, muertos y la destrucció­n de importante­s obras de arte. Un regreso a las drogas, al sexo desenfrena­do y a una realidad que es, a partes iguales, cruel y terrible, expresada, además, con un lenguaje directo, sin fisuras. «El artista de la cuchilla», en ese sentido, más que una novela sobre el pasado, es una obra sobre el destino o la tragedia que, tarde o temprano, siempre te alcanza. No es extraño que Begbie, de todos los miembros de aquella pandilla de «Trainspott­ing», fuera el único que no consumía heroína y se tratase, en cambio, de un adicto a la violencia, una sustancia tan poderosa como cualquier otra, tan fina como la hoja afilada de una cuchilla.

Lo mejor

Despliega una historia trepidante, de ritmo vertiginos­o, que deja sin aliento al lector

Lo peor

La obra no tiene nada que reprocharl­e y se lee sin sobresalto­s gracias a su buena traducción

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REUTERS Irvine Welsh, un autor de escritura cruda y veloz
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★★★★ «El artista de la cuchilla» Irvine Welsh ANAGRAMA 264 páginas, 19,90 euros

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