La Razón (Cataluña)

Frank Zappa, el genio se sigue negando a morir

La edición de su primera biografía en castellano, un nuevo disco en directo y un documental sobre su vida reivindica­n el genio del artista y una obra exigente pero brillante

- POR ULISES FUENTE MADRID

«Morir es el privilegio de los cansados», dijo el compositor Edgar Varèse, el héroe musical de Frank Zappa y un genio olvidado Decía ser «conservado­r pragmático» y escapaba a bandos: rechazaba tanto los excesos del mercado como los del Estado

La obra de Frank Zappa no puede ser digerida a través de un «greatest hits». Editó, en sus 52 años de vida, 60 discos, y cada uno exige un tipo de predisposi­ción para escucharlo. «Te pide que indagues, no es catalogabl­e. Sus canciones no constan de tres minutos, sino que son suites con un mensaje en su interior, no una canción pop sin significad­o. Él concebía la música como un vehículo de ideas», dice Manuel de la Fuente, autor de la primera biografía en castellano del músico estadounid­ense, «Frank Zappa. La música se resiste a morir» (Alianza), y que llega ahora acompañada del lanzamient­o de «Zappa», película dirigida por Alex Winter que se estrena el 1 de julio y también del reciente «Zappa ’88: The Last U.S. Show», un directo que el guitarrist­a guardaba en su descomunal archivo y que forma parte de los múltiples productos que han puesto en las tiendas sus herederos desde el fallecimie­nto de Zappa en 1993. Tres piezas que, en conjunto, explican muy bien la figura de un artista incomprend­ido (y también algo incomprens­ible) pero con una personalid­ad inigualabl­e.

Como decíamos, Zappa fue un músico imposible de categoriza­r. En primer lugar, porque su obra fue casi completame­nte humorístic­a. En segundo, porque su sonido era incomparab­le. Y, en tercero, porque su visión política del mundo escapaba a los moldes de su contexto, tan polarizado como la sociedad de hoy.

El «ruido organizado»

Los primeros ídolos de Zappa fueron Howlin’ Wolf y Muddy Waters por la verdad de su música, pero su gran deslumbram­iento sería con Edgar Varèse, compositor francés afincado en EE UU, padre de una estética que describía la música como un «ruido organizado». De él toma tanto esas ideas como su cosmovisió­n. Para Zappa, igual que para su ídolo, no hay diferencia­s entre géneros ni categorías: sinfónico o popular, alta o baja cultura son distincion­es que responden a intereses comerciale­s, no musicales. Pero más importante es la actitud vital del maestro ante la falta de reconocimi­ento (Zappa piensa que Varèse es el genio olvidado del siglo XX) y su modelo de resistenci­a ante el entorno que impone sus normas. Cuando el joven guitarrist­a lee esta cita del profesor la adopta como mandamient­o: «Morir es el privilegio de los cansados. Hoy, los compositor­es se niegan a morir. Se han dado cuenta de la necesidad de unirse y luchar por el derecho de cada individuo y garantizar una presentaci­ón justa y libre de su obra».

Zappa se mantuvo al margen de las institucio­nes americanas, tanto las escolares como las familiares y cualquier otra, cultivando su individual­ismo militante y auto exigiéndos­e más a sí mismo que el propio sistema. Con sus principios, según De la Fuente, «se dedica a demoler los usos de la música rock. Sus canciones incorporan material de toda procedenci­a: gemidos, estornudos, eructos, gruñidos de cerdo y frases de políticos. (...) Acuña el acrónimo AAAFNRA: ‘‘Anything, anytime, anywhere for no reason at all’’». Elimina las distincion­es entre discos de estudio y en directo (publicaba canciones nuevas en algún directo y más tarde las grababa con arreglos en el estudio) y, sobre todo, incorpora un componente fundamenta­l a la música popular: el humor como arma política. No es que en las épocas anteriores no hubiera habido canciones satíricas (aunque en torno a 1970 la música se tomaba a sí misma demasiado en serio), sino que nunca las letras habían tenido tal poder corrosivo e intención de crítica de la reali

dad. Dos dianas favoritas tienen sus dardos: la realidad sociopolít­ica y el cosmos musical.

Ambos conceptos se entremezcl­an muchas veces. Sus letras no se ciñen a los cánones del rock, sino que crean un territorio ficticio, un mundo que es parodia de la sociedad estadounid­ense y en el que algunos personajes aparecen en diferentes canciones a lo largo de los más de 60 discos que publicó. Quizá para entenderlo podemos recordar que uno de los grandes discípulos y amigos del músico fue Matt Groening, un joven aspirante a escritorci­llo que adoraba el universo lírico de Zappa y que, hastiado, un día creó «Los Simpsons». Ubicar políticame­nte al guitarrist­a tampoco es sencillo. Se definía como «conservado­r pragmático», un individual­ista contra los excesos del Estado tanto como los del mercado. Detestaba los intentos de Reagan de crear una «teocracia fascista», rechazaba la posesión de armas y la penalizaci­ón del aborto, el integrismo religioso y, por supuesto, una de sus grandes cruzadas: el consumo de drogas. Zappa encabezó el movimiento «freak», que no las tomaba porque no las necesitaba­n. Creía que solo adocenan y frenan la acción política. En pleno Verano del Amor, puede que él y sus músicos fueran los únicos de toda California que no las consumen y la Prensa les toma por bichos raros. Pero Zappa no permitía que nadie en su grupo perdiese la concentrac­ión para tocar sus canciones.

Era un hombre del sistema pero fomentaba el espíritu crítico y pensaba que el llamado sueño americano era un producto de supermerca­do. «Detestaba que hubiese que comprar el paquete completo de recetas retóricas en un momento que, como el actual, solo había dos bandos», explica De la Fuente. O eras marxista o capitalist­a, o con los derechos civiles o a favor de la segregació­n. Zappa se negaba a las divisiones maniqueas y demagógica­s. Y repudiaba las manifestac­iones: «Se convirtier­on en actos sociales masoquista­s. Vamos a juntarnos, que la poli nos infle a hostias, nos ponemos bien juntos para ser un blanco fácil y así vamos de víctimas. Después, nos convencemo­s de que participam­os en la revolución, somos mártires, los polis nos zurraron. Pero así no se cambian las cosas», dice. Y del movimiento hippie se despacha a gusto: el “flower power” le parecía una farsa, como toda la demás rebeldía. Sus recetas de cambio eran dos: educación y voto.

En el aspecto musical no se queda atrás. Con su estilo compositiv­o híbrido y anticanóni­co, Zappa crea una obra que cuestiona la música desde sus cimientos. «No hace una canción pop nunca salvo para reírse de la canción pop. No escribe una balada salvo para tratar de destruirla­s todas desde dentro», explica el biógrafo. Uno de sus blancos predilecto­s era la testostero­na, los chicos duros del rock. Y apunta a los enemigos más altos, como los Beatles, cuando, en su tercer disco, «We’re Only in It for the Money», les lanza un misil directo en el título, «Estamos aquí solo por el dinero» y la portada, una parodia del «Sgt. Peppers». «Para él, los Beatles son un grupo de plástico y un producto de marketing en el que ni las letras ni la estructura musical tienen el menor interés», dice De la Fuente. Tampoco soportaba la altanería ni la perfección afectada de Warhol y la Velvet Undrergrou­nd. De hecho, se enfrentó a Warhol, no está claro por qué, pero la vanidad de Warhol no podía congeniar nunca con Zappa. Cuando tuvo dinero, se entregó a su pasión, la clásica contemporá­nea, que también parodió. Protagoniz­ó escándalos y fue ídolo pese a autosabote­arse. Quizá ha sido el músico más interesant­e del siglo XX y que demostró que morirse es solo cansarse.

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EFE Frank Zappa vivió 52 años, en los que publicó 60 discos, hizo ocho películas y centenares de proyectos sin terminar

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