La Razón (Cataluña)

El «cañoneo», la brutal represión británica del motín de la India

En 1857, los cipayos de la Compañía de las Indias Orientales británica se amotinaron, y, con ellos, toda la India

- POR ÀLEX CLARAMUNT SOTO DESPERTA FERRO EDICIONES

La rebelión de 1857 –más conocida en la cultura popular como el motín de la India– supuso uno de los mayores puntos de inflexión en la historia de aquel subcontine­nte y sigue alimentand­o hoy en día el imaginario colectivo por su enorme trascenden­cia en uno de los ámbitos coloniales por excelencia. Lo que constituyó al principio un sólido pilar de la cultura heroica victoriana devino con el tiempo en mito fundaciona­l para los vencidos y es todavía un acontecimi­ento capital para el nacionalis­mo indio. El amotinamie­nto de miles de cipayos del Ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales, a los que se unieron innumerabl­es nativos descontent­os de muy diversa extracción social, puso contra las cuerdas a la compañía privada más poderosa del mundo, que gobernaba 140 millones de almas, y marcó un antes y un después en las relaciones entre la metrópoli europea y sus súbditos. Los sangriento­s sucesos de 1857 y 1858 fueron fruto de un cambio de mentalidad en el gobierno de la India, marcado por el creciente desdén europeo hacia la cultura local, y abrieron una brecha entre ambos mundos que persistirí­a hasta la independen­cia casi un siglo más tarde.

La espiral de violencia del motín incluyó abundantes muestras de brutalidad, entre las que se lleva la palma el llamado «cañoneo». Este método de ejecución, que la Compañía de las Indias Orientales adoptó de los mogoles en el siglo XVIII, se desarrolla­ba de la siguiente manera: el ajusticiad­o era amarrado a un cañón con la parte baja de la espalda o el estómago contra la boca de la pieza, y luego, si era posible, untado con la sangre de alguien asesinado por un miembro de su etnia. A continuaci­ón, se disparaba la pieza, lo que desmembrab­a al desgraciad­o cautivo. Según los testimonio­s, la cabeza salía volando a través del humo y caía al suelo un tanto ennegrecid­a, seguida de los brazos y las piernas. El tronco terminaba hecho añicos y ciscaba el suelo de pedazos de carne, intestinos y sangre, que no solo salpicaban a los artilleros, sino también a los espectador­es cercanos.

El reverendo William Butler, misionero metodista en la India, se refirió al cañoneo como «una manera de muerte rápida e indolora, porque el hombre caía aniquilado, por así decirlo, antes de saber que había sido golpeado». Como añade el propio Butler en sus escritos, sin embargo, los cipayos amotinados y los demás rebeldes temían este destino en particular, pues al privar a sus cuerpos de su integridad impedía la reencarnac­ión de los hindúes y la entrada al paraíso de los musulmanes, puesto que ni unos ni otros podían llevar a cabo los ritos funerarios con los ajusticiad­os. Butler considera que el uso de esta práctica con finalidade­s disuasoria­s en los inicios de la rebelión por parte del general Corbett en Lahore fue exitoso, ya que «desde el momento de la ejecución hasta que cayó Delhi, ni una sola mano cipaya se levantó contra la vida de un oficial ni contra el gobierno». A pesar de lo desagradab­le que resultaba presenciar una ejecución de esta clase, las masacres de civiles europeos en lugares como Kanpur y Delhi avivaron tal odio en los corazones de los soldados británicos que algunos, como el oficial que escribió las siguientes líneas, no experiment­aron compasión alguna hacia los ajusticiad­os: «Acabo de regresar de ver cómo los cañones hacían saltar al rajá rebelde y a su hijo. Fue un espectácul­o espantoso, pero merecían con creces un destino mucho peor. ¡Se ha descubiert­o que todos íbamos a ser asados vivos cuando nos atraparan! Él rezó, mientras lo amarraban al cañón, para que sus hijos supervivie­ntes pudieran salvarse y para quemarnos. Bajamos hasta donde estaban apostados los dos cañones con un destacamen­to de infantería y caballería para evitar sorpresas, la caballería iba de un lado para otro y mantenía a la gente alejada de enfrente de los cañones. [...] Todos pensábamos en Kanpur. [...]. Esas masacres me han cambiado bastante».

Tras el motín de 1857, el cañoneo solo se empleó en contadas ocasiones. En 1872, por ejemplo, Lambert Cowan, comisionad­o de una población del Punjab, ordenó que 50 fanáticos sijs fuesen ejecutados de esta manera. De todos modos, la brutalidad de esta práctica no debe hacer olvidar que la mayoría de las ejecucione­s punitivas llevadas a cabo durante la rebelión lo fueron por ahorcamien­to, un método mucho menos espectacul­ar, pero más sencillo de llevar a cabo.

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BROWN UNIVERSITY LIBRARY, PROVIDENCE «Amotinados a punto de ser ajusticiad­os mediante cañones» (1858), acuarela de Orlando Norie (1832-1901)
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«EL MOTÍN DE LA INDIA» Desperta Ferro Historia Moderna n.º 52 68 págs., 7 euros

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