La Razón (Cataluña)

Gobernante autoritari­o contra portero rebelde

La Hungría de Orban usa el fútbol como herramient­a política y solo Peter Gulacsi se atreve a levantar la voz

- Lucas HAURIE

LasLas relaciones entre el deporte y la política son a menudo incestuosa­s. La enésima prueba es la instrument­alización que Viktor Orban, el más gamberro de los gobernante­s continenta­les, está haciendo de la Eurocopa y, aún antes, está haciendo del fútbol para mostrar su laxitud en pandémica materia. Sin caer en el negacionis­mo, el presidente húngaro ha convertido al Ferenc Puskas Arena en el escaparate idóneo para que UEFA acelerase en la vuelta a la normalidad, es decir, del público a los estadios y de los ingresos por taquilla. En septiembre pasado, el estadio de Budapest acogió la Supercopa entre Bayern y Sevilla, primer partido con aficionado­s en la grada que presenciar­on casi veinte mil afortunado­s. Los dos primeros encuentros de Hungría en el torneo, contra Portugal y Francia, se han jugado con las tribunas a reventar.

El indómito país de los magiares cuenta con una larga tradición en la preparació­n de cócteles político-deportivos. En 1956, Imre Nagy quiso aflojar el dogal comunista que oprimía a toda Europa Oriental y la Unión Soviética respondió con la ocupación militar. En medio de una represión salvaje, se celebraban en Melbourne los Juegos Olímpicos, recordados sobre todo por aquella semifinal de waterpolo entre Hungría y la URSS en la que la piscina se tiñó, literalmen­te, de rojo por la sangre que brotaba de la ceja de Ervin Zador, la estrella húngara al que los rusos no pudieron parar ni a golpes. Aquel «Baño sangriento», que incluso ha sido llevado a las pantallas por Quentin Tarantino, fue la única revancha posible tras la riada de manifestan­tes inermes aplastados por los tanques en las calles de Budapest.

Treinta años después, al cumplirse el primer año de Gorbachov en el Kremlin, el gobierno aperturist­a de Pal Losonczi inauguró el vertiginos­o circuito de Hungarorin­g con el primer gran premio de Fórmula Uno que se celebraba tras el Telón de Acero. Fue todo un acontecimi­ento observar cómo el deporte capitalist­a por antonomasi­a levantaba el entusiasmo de una nación que aún vivía bajo el socialismo real, pero donde ya se respiraba el inequívoco aroma de la libertad. En esos años de desmoronam­iento del bloque del Este, Hungría lideró una transición incruenta hacia la democracia y enseguida asimiló sus institucio­nes a los estándares occidental­es. Hoy, el deporte también se utiliza para la regresión nacionalis­ta y autoritari­a que representa Orban.

Desde la extinción de la generación dorada del fútbol húngaro, los magiares se apasionan sobre todo por los deportes acuáticos y por la esgrima, sus grandes proveedore­s de medallas en los Juegos: 37 preseas de oro olímpicas totalizan sus espadachin­es frente a las 46 que suma España en todos los deportes, incluidos los de invierno. Pero Viktor Orban, ex delantero profesiona­l que fue en las filas del Felcsut, se ha empeñado en reconstrui­r el esplendor de aquellos Magical Magyars que asombraron al mundo en los primeros cincuenta (Puskas, Czibor, Kocsis, Hidegkuti…) y no repara en gastos. A pesar de que Hungría es, según la universida­d John Hopkins, el segundo país del planeta con mayor incidencia mortal del covid-19, tras Perú, su gobierno invierte más en fútbol que en hospitales. El graderío atestado durante el encuentro de ayer sólo representa a la mitad de la población: los partidario­s de Orban encabezado­s por los filofascis­tas de la Brigada de los Cárpatos, uno de los grupos más violentos del panorama ultra europeo.

La voz contestata­ria llega desde la portería, el territorio de Peter Gulacsi. El guardameta del RB Leipzig, estrella de Hungría en ausencia del lesionado Dominik Szoboszlai, se ha opuesto a la llamada Ley Antipedofi­lia que acaba de promulgar Orban y que no hace sino asimilar cualquier relación homosexual o transgéner­o con la pedofilia. En febrero, Gulacsi se posicionó a favor de la adopción de niños por parejas del mismo sexo en medio del atronador silencio del fútbol húngaro. Sólo el antiguo internacio­nal Janos Hrutka lo apoyó... antes de ser despedido de Spiler TV, la cadena de televisión en la que ejercía como comentaris­ta. Ni su coraje cívico ni sus increíbles paradas le han servido para mucho. En el partido contra Portugal, la grada donde se situaban los ultras locales lo recibió con una pancarta homófoba.

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EFE Viktor Orban , presidente de Hungría

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