La Razón (Cataluña)

Cisne verde, los tipos de interés y el gobernador

La lucha contra el cambio climático, que comporta riesgos notables, afectará directamen­te al sistema financiero, a la inflación y a los tipos de interés, aunque es posible que sea algo que ni siquiera hayan imaginado los ecologista­s más radicales

- JESÚS RIVASÉS

PabloPablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, también dedica mucho tiempo y esfuerzo a los «cisnes verdes». Preside el Comité de Supervisió­n Bancaria de Basilea y trabaja para prevenir los riesgos derivados del cambio climático en la política monetaria –los tipos de interés– y en las entidades financiera­s. En pocas semanas ha alzado la voz en dos ocasiones, quizá sin mucho eco, sobre el que considera uno de los principale­s peligros e incertidum­bres. Hernández de Cos está alineado en el empeño con la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, y con los responsabl­es de los principale­s bancos centrales del mundo.

El «cisne negro» fue durante siglos el ejemplo de lo imposible, hasta que en 1697 el holandés Willem de Vlamingh descubrió uno en Australia. Luego, en 2007, el americano-libanés

Nassin Taleb desarrolló una teoría muy celebrada. Decía que

«el cisne negro es una metáfora que describe un suceso en principio imprevisib­le, de gran impacto socioeconó­mico y que, una vez pasado, se racionaliz­a». La I Guerra Mundial o los atentados del 11-M en Nueva York son los casos más emblemátic­os.

El «cisne verde», término utilizado por el Banco Internacio­nal de Pagos, se define, por contraposi­ción al «negro», como un hecho del que existe cierta certeza de que algún día ocurrirá y tendrá consecuenc­ias. El ejemplo más obvio son los riesgos económicos del cambio climático, quizá los mayores que afrontan la economía, los mercados y el sistema financiero.

El gobernador del Banco de España acaba de plantear en el Central Banking Summer Meetings cuál podría ser «el impacto de la transición climática en la política monetaria», algo que quizá ni siquiera hayan imaginado los ecologista­s más radicales. Sin embargo, Hernández de Cos advierte de que el cambio climático afectará –afecta ya– al sector financiero, a la inflación y a la tasa de interés natural. Los bancos tienen el riesgo de que financian a sectores expuestos a los fenómenos meteorológ­icos más extremos y al proceso de transición a una economía más sostenible. La valoración de los activos inmobiliar­ios sufrirá cambios y la capacidad de devolver préstamos de empresas de sectores afectados también será diferente. Por eso las entidades financiera­s tendrán que extremar las cautelas de a quién financian bajo la óptica de la sostenibil­idad. En muy pocos años, empresas que hoy son rentables, dejarán de serlo y, por el contrario, compañías que hoy no lo son o que todavía no existen, serán grandes negocios. La conclusión es que para los bancos no será lo mismo financiar a unas que a otras.

El cambio climático, además, podría tener un impacto bastante directo en la capacidad de los bancos centrales para estabiliza­r la inflación, sostiene Hernández de Cos. Las políticas dirigidas a impulsar la transición hacia una economía más verde influirán en los precios. Primero en los precios de la energía, pero también en servicios y bienes no energético­s que se verían afectados por los impuestos al carbono, que se generaliza­rán. Un aperitivo sería la parte del alza del precio de la luz de estos días derivada del pago de los derechos de emisión de CO2 utilizados para producir electricid­ad. Todo conduce a que habrá efectos en la inflación, lo que significa que repercutir­á en los tipos de interés, aunque «no es obvio en qué dirección».

El gobernador del Banco de España apunta que, obviamente, porque tienen los instrument­os, serán los gobiernos los responsabl­es de abordar el cambio climático. Todo indica que se impondrá la idea de aplicar impuestos pigouviano­s –por Arthur Pigou–, es decir los que pretenden corregir los costos indirectos y negativos para la sociedad en su conjunto,producido s por externa lid a des, las acciones de cualquier agente económico cuyos precios no incluyen esos costos. Los impuestos a la contaminac­ión son los ejemplos más evidentes. Otro asunto, todavía en mantillas, es cómo abordarán los bancos centrales la compra de bonos verdes, ahora de empresas, pero en el futuro de deuda pública, como herramient­a contra el cambio climático. Todo un reto, porque quizá los gobiernos en ese caso sean menos entusiasta­s. Sin embargo, ese «cisne verde» está ahí, es inevitable, y habrá que abordar, cuanto antes mejor.

El ‘‘cisne verde’’, por contraposi­ción al ‘‘negro’’, es un hecho del que existe cierta certeza de que ocurrirá»

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