El último amigo de Vincent Van Gogh
Un cuadro vendido por 45 dólares saca a relucir la historia de amistad entre el artista y el pintor Walpole Brooke
EraEra un cuadro cualquiera. De esos a los que nadie presta atención y que duerme en el más profundo de los anonimatos. Estaba en una tienda de segunda mano y se vendía por un precio casi ridículo. Unos cuarenta y cinco dólares. Solo era una acuarela bonita. Un paisaje de los que nunca atraen la mirada, que no van más allá de las sílabas que componen la palabra «bonito». Si se hubiera colocado en alguno de los escaparates de Ikea o en cualquier otro centro comercial de ese estilo también habría pasado desapercibido. A lo mejor incluso lo ensombrecía el último póster de Star Wars. A saber. El asunto es que tenía cierto encanto y eso fue suficiente para que Katherine Mathews reparara en él y más tarde se decidiera a adquirirlo en aquella tienda de la remota ciudad de Saco, según informa «New York Times». En total, tampoco era un desembolso grande. La compra obedecía más a un capricho que al ojo de un coleccionista interesado en extraer tajada de cualquier ganga.
Ella misma ha reconocido más tarde que le gusta el arte japonés y que este paisaje tan «japonés» le había interesado. Según declaró a la revista «Artnet News», solo «estaba mirando pinturas y vi este cuadro que representaba a una madre con el bebé que se asomaba por encima de su hombro y la verdad es que me encantó. Nunca imaginé que había detrás una historia como esta». En ese momento, Katherine Mathews no sabía lo que se llevaba consigo. Esta obra había llegado allí por los habituales caminos secundarios que determinan esta clase de trabajos ignorados.
El anticuario se la había quedado porque formaba parte de los objetos abandonados que había en una de esas viejas propiedades que existen por New Hampshire, de esas que son de mucho lujo decadente y con un punto de obsolescencia retrepando ya por sus paredes. Por entonces nadie se había hecho algunas preguntas que deberían ser pertinentes y que ahora, a la luz de los hechos, urgen contestar: ¿de dónde venía? ¿Cómo había llegado allí?
La clave de todo, como suele ocurrir, estaba oculta detrás de la firma. Ahí ponía E. W. Brooke. Las iniciales no despertaron ningún interés ni tampoco inquietud alguna. Solo después llamaron la atención y levantaron sospechas. ¿Y si fuera el pintor Edmund Walpole Brooke? Aquí es cuando entró Tsuka Kodera, historiadora de arte de la Universidad de Osaka y una comisaria con una dilatada experiencia a sus espaldas montando exposiciones. Comenzó a indagar y resolvió que, en efecto, se trataba de una pintura temprana de Edmund Walpole Brooke, aquel artista que Vincent Van Gogh menciona en una de las epístolas que mandó a su hermano Theo. Como asegura Kodera, en aquella época, por la zona de Auvers, circulaban muchos creadores con existencias bohemias. La diferencia con el resto es que Brooke entabló amistad con el creador de «Los girasoles» unos meses antes de que éste falleciera como consecuencia de un disparo. De hecho, los dos salieron a pintar juntos. El origen de la amistad fue el reconocido gusto de Vincent Van Gogh por el arte oriental. Walpole Brooke, aunque era australiano, se había criado en el país nipón y eso interesó al «loco del pelo rojo». Aunque todavía era joven, frisaba los 24 años, y tuvo la fortuna de acompañar con sus historias de la nación del sol poniente al artista más incomprendido de la historia en sus últimos días.