AL ALBA DE LA VIEJA NORMALIDAD
LasLas primeras luces sorprenden a los últimos figurantes de una noche playera de botellón en Barcelona, como otras tantas, al menos, desde el final del toque de queda, en lo que parece el alba de la vieja normalidad. Incluso, a la derecha de la imagen, sobre la escollera, se observa al pescador de caña, espécimen notable de las ciudades costeras, que, en su casa, madruga y prepara el equipo, cebo y sedal, mientras los rezagados se preguntan retóricamente si hay tiempo y equilibrio para una penúltima copa y miran de reojo, los que aún pueden, como avanza la línea de guardias municipales disolviendo grupos alegres. A la izquierda, un escapado, durmiente de las arenas, mascarilla caída, en esa edad inmune al reúma y de resaca corta, y en el centro, una pareja de amantes se apura a besos antes de coger, seguramente, caminos distintos. Algunas bolsas de plástico, pulcramente apiladas; cubos de cerveza y prendas olvidadas prestan su sentido a la escena de una Barcelona dispuesta a quemar etapas en la salida de la pandemia. Ha sido, dicen, el último fin de semana con los locales de ocio nocturno cerrados y eso explica que la Guardia Urbana dé cuenta del desalojo, pacífico, sólo en la madrugada del domingo, de unas 6.000 personas, reunidas en torno a la botella y la charla en las playas, en el paseo del Born, en el Arco de Triunfo o en La Tres Chimeneas del Paralelo. Es el anticipo de esa vuelta a la vida de siempre que ya se ventea en una España, la más joven, que ha dado por cancelado el coronavirus, que no parece inclinada a cambiar de costumbres y que dará el do de pecho en la noche de San Juan. Laus Deo.