Tonos grises
De Vivaldi. Intérpretes: Max Emanuel Cencic, Julia Lezhneva, Ruxandra Donose, Jess Dandy, Philipp Mathmann, Pavel Kudinov. Director: George Petrou. Teatro Real. Madrid, 17-VI-2021.
Un solo concierto ha servido para dar a conocer una de las óperas más logradas de Vivaldi, entre cuyos principales valores están la importancia de los tutti, el éxtasis contemplativo de los movimientos lentos o el tratamiento instrumental de la voz. También el figuralismo heredero del madrigal, el gusto por los contrastes de tempo, tonalidad e instrumentación. Por supuesto, se incorporan los «affetti», movimientos del alma; y las vocalizaciones sobre palabras clave. En definitiva, un belcantismo propio del XVIII que alcanzaría su plenitud con Haendel y Mozart. Y ya sabemos que las repeticiones en las arias «da capo» eran variadas por los mismos cantantes. Son aspectos que brillan sobremanera en «Orlando Furioso», estrenada en Venecia en 1727, que exige una singular y extremadamente difícil prestación a las voces y que posee una extraordinaria riqueza musical y dramática. No mucho de estas últimas pudimos apreciar en el concierto que comentamos. En primer lugar, a la partitura se le suprimieron al menos 40 minutos y todos los
coros, excepto el último, que cantan los solistas. Se escuchó una versión muy distinta a la más fiable de nuestros días de acuerdo con la edición crítica de Sardelli. Las voces, en su conjunto, no alcanzaron la altura deseable excepto la de Lezhneva (Angelica), la de Donose (Alcina) y en parte la de Cencic (Orlando). Aquella asombró al perfilar y dibujar primorosamente sus arias y no fallar ni una entonación, ni un adorno, ni una escala, ni un sobreagudo. Timbre de soprano lírico-ligera rico y poblado de armónicos; fresco y reluciente. Donose, mezzo lírica de brillo un tanto apagado, es una cantante de clase, sobria y artista. Cencic mostró ciertas lagunas, un agradable color oscuro y un aceptable, no impecable, control de agilidades. No nos convenció su aria de la locura, que expuso
con un talante en exceso irónico. Hay que recordar que el papel no está escrito para un castrato, sino para una contralto, la famosa Lucia Lancetti. Ironía que también desplegó sin venir muy a cuento el contratenor DQ Lee. El tercer contratenor, el muy joven Malthmann, exhibió un timbre claro y unas feas sonoridades fijas y no estuvo siempre entonado. Discreta la Orquesta Armonia Atenea, 18 cuerdas, un fagot, un clave y una flauta. Faltaron, al menos según la partitura original revisada, la guitarra, los oboes, las trompas y las trompetas. El espectro oscuro de la cuerda, ajustada, atenta, resultó a la postre monótono, guiados por Petrou, un director sin batuta, expeditivo, un tanto amanerado y de visión unívoca. Más bien plano.