La Razón (Cataluña)

Pablo Aguado: la paz y no la guerra

El diestro abrió la Puerta Grande y salió a hombros tras cortar dos trofeos en la última de la Feria de Granada

- Patricia Navarro

GRANADA. Tercera de la feria. Se lidiaron toros de García Jiménez. El 1º, bis, deslucido; 2º, encastado; 3º,de buen juego, noble y con ritmo; 4º, movilidad sin entrega; 5º, sobrero de Daniel Ruiz, encastado y de buen fondo; 6º, va y viene sin celo. Tres cuartos de entrada sobre el aforo permitido. Morante de la Puebla, de pistacho y azabache, dos pinchazos, media (silencio); media, aviso (oreja). José María Manzanares, de grana y oro, media estocada recibiendo (saludos); estocada recibiendo que hace guardia, dos descabello­s (saludos). Pablo Aguado, de azul pavo y oro, estocada (dos orejas); pinchazo, estocada (saludos).

Ocurre a veces que la vida fluye y el toreo surge, como si no costara. Mágico. Como ese quite por chicuelina­s medidas, mecidas, bonitas de Pablo Aguado al tercero. No hubo ahí una nota discordant­e, tampoco en la media verónica o en la larga que ponía fin al quite. Había más. Hubo. El toreo. Sin forzarse. Sin engaños. Con sinceridad ante un toro noble, con un ritmo extraordin­ario y que quiso hasta el final. Ayudados por bajo como prólogo y luego, ya en pie, en la verticalid­ad, con la suavidad como testigo de cada trazo, compuso Aguado toda la faena. Pausada, relajada, toreando para dentro y soltando la belleza para fuera. Al natural los mejores muletazos, ligados muchos. De uno en uno después, de frente el pecho, templadísi­mo y rematando más allá de la cadera. Bello. Había paz en el infierno del miedo, en la incertidum­bre de las embestidas de un toro, porque Aguado no había venido al toreo para hacer la guerra. Es otra cosa. Un mundo por explorar al que el sevillano midió a la perfección los tiempos y el ritmo del animal, tan franco como bravito en las telas para no desistir en las embestidas. Sin caer en finales que hemos visto millón de veces, Pablo se perfiló y la espada entró con la misma belleza, facilidad y fragilidad que había tenido toda su faena. Una delicia. Un golpe a la monotonía. El triunfo, las dos orejas, todo eso fue lo que vino después.

El aroma lo llevábamos puesto.

Tuvo también que torear el segundo de la tarde. Era el turno de José María Manzanares. El toro tuvo franqueza y casta. Lo quería todo por abajo y con repetición. La faena del torero de la casa, con el toro de la casa, que además era el empresario, tuvo momentos de interés, sobre todo por el pitón diestro, por donde más se encontraro­n uno y otro. Mira que el animal tuvo bríos en todo momento, pues fue justo en la suerte suprema cuando quiso matarlo recibiendo y el toro no fue.

El quinto volvió a los corrales y salió un cinqueño pasado de vueltas y camino de los seis años de la divisa de Daniel Ruiz, con muchas cosas buenas. Encastado y repetidor además de clase en la muleta. Fue por el pitón diestro por el que el torero alicantino le buscó las vueltas y sobre todo en la última tanda con un soberbio pase de pecho a la hombrera se las encontró. Al natural, como en otras ocasiones, fue de monodosis y de menos entidad. Repitió en la suerte de recibir, donde no suele fallar, pero esta vez ocurrió.

Morante y la suerte

No habían sido buenos los comienzos repartiend­o los problemas entre la flojera del que abrió plaza y la poca clase del que vino a sustituir, por lo que Morante acortó tiempos y plazos a una tarde que ya se iba larga. El cuarto no puso las cosas claras, pero ahí estuvo el reto. En la movilidad del animal, sin claridad, sin entrega, con desigualid­ad en el viaje buscó el de La Puebla la faena hasta encontrarl­a. Poco a poco, distintos terrenos, alturas y distancias hasta conseguir meterle en vereda. El animal acabo por rajarse. Batalla perdida. La media y el trofeo fue el resto. Las verónicas del inicio habían prendido la llama y el público le jaleó lo suyo.

Se esperaba el cierre de Aguado. El toro, con el que se lució Iván García en las banderilla­s después de un primer par apuradísim­o, iba y venía sin celo, sin ganas, sin querer coger el engaño con bravura. Todo lo que hizo el sevillano tuvo armonía. Y despachó con prontitud. La imagen de la salida a hombros por la Puerta Grande con la mascarilla queda sin duda en la retina de esta nueva normalidad.Ya descontand­o los días para hablar de pasado.

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EFE Aguado sale a hombros y se pone la mascarilla en el encuentro con el público

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