La Razón (Cataluña)

Aquí estamos de paso Unicordia

- Juan Ramón Lucas

«No hay convenio posible si la ambición de una parte es alcanzar su objetivo sin renuncias propias»

LaLa «unicordia» es la condición de concordanc­ia con uno mismo, un sustituto de la concordia cuando la única posibilida­d de concordar está en el límite personal del que concuerda. Es, además, un concepto ligero y flexible, incluso hasta puede que intemporal, puesto que al requerir únicamente la concurrenc­ia de un único afectado o afectada, éste o ésta puede delimitar espacial y temporalme­nte el compromiso en función de las circunstan­cias, ya sean propias o extrañas. Es, por tanto, muy manejable. Y es única e indivisibl­e, puesto que de dividirse, ya dejaría de ser unicordia para recuperar la raíz y el concepto iniciales que el diccionari­o de la RAE define como «ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan», o sea, concordia.

Porque, claro, la concordia para serlo requiere no sólo de la existencia de personas que contienen o litigan, sino, como la propia definición establece, que exista ajuste o convenio.

Dice Víctor del Árbol, que el escritor novela sus dudas y temores para conseguir ordenarlos. Inventa ficciones o se pega a la realidad, pero siempre con esa vocación. El columnista, en cierta medida, realiza una labor similar: observa, anota y describe con intención de explicar tanto al lector como a sí mismo. Esa es quizá la conexión que existe entre el Periodismo y la Literatura, la ambición de ordenar y encontrar sentido a lo que pasa alrededor y merece ser contado.

La insistenci­a del presidente del gobierno en explicar la decisión política de indultar a los políticos y activistas a quienes el Tribunal Supremo de España condenó por sediciosos y malversado­res, en razones de concordia, pierde fuerza cada vez que alguno de los conmiliton­es de los perdonados o incluso ellos mismos se pronuncian sobre el perdón. Su desprecio a la medida, su consistent­e obcecación en el referéndum y la amnistía, su exhibición conceptual de negociació­n como renuncia del adversario y victoria propia por goleada, su sonrisa ladeada cuando la izquierda no nacionalis­ta –como debería ser toda izquierda, pero aquí y ahora también hay que aclarar ese extremo– habla de que los indultos son una concesión valiente de futuro, indican a las claras que su concepto de concordia se acerca más a lo que el resto de mortales consideram­os imposición o exigencia. No hay ni puede haber concordia donde no se busca convenio. NO hay convenio posible si la ambición de una parte es alcanzar su objetivo sin renuncias propias.

La realidad parece estar más cerca de lo que define ese palabro aquí propuesto, la «unicordia». De ese acuerdo único con uno mismo. De esa condición de coherencia íntima, no sujeta más que a la propia voluntad. A esa realidad que, bien mirada, podría tener un uso de más amplio espectro. Podría hasta pasar sobre la presente política catalana para explicar la forma peculiar de hacer política del presidente: acordar consigo mismo en tiempo y lugar según interés, situación y compañías. Porque la «unicordia», cualidad íntima de presente, tampoco exigiría acuerdo con lo dicho o negado en otro tiempo.

A veces inventar palabras también nos ayuda a entender lo incomprens­ible.

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