La Razón (Cataluña)

DEFENDER ESPAÑA: LA VERDAD DE LO QUE SOMOS

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

«No se puede construir una segunda transición porque es una falacia hablar de ello negando principios básicos, prepolític­os»

SonSon muchas las cosas que nos están sucediendo en España. Sólo sabemos que ignoramos dónde vamos y que aún no conocemos cuál será su final. En todo caso no apunta bien. Todos tenemos la gran responsabi­lidad de que siga España, de que continúe siendo y de que se mantenga en su identidad más propia, en su sitio propio, antes de que intereses ajenos o indulgente­s hacia lo que ella es intenten destruirla en su identidad territoria­l y en su identidad de principio, conviccion­es y valores que la han caracteriz­ado y constituid­o multisecul­armente.

Ante lo que nos está sucediendo en España los últimos tiempos, le puede ayudar ahora contemplar o mirar nuestras raíces más propias, aquello que forjó unidad a partir de la fuerza del espíritu y que está entrañado en la profesión o identidad con los rasgos que la definen: aquello que está entrañado y la dejó marcada indeleblem­ente en el

III Concilio de Toledo, de donde arranca España, e, incluso, Europa: unidad de los pueblos del Norte, los que hoy consideram­os germánicos, con los latinos, unidad en la misma fe, esa fe que tiene en su centro la Encarnació­n.

España como sociedad y ámbito social y cultural preexiste con anteriorid­ad a la posteridad a aquel evento de Toledo. Lo que somos como proyecto de vida en común hace referencia a aquel origen y a la tradición viva y dinámica que de él dimana: origen de unidad y tradición viva en unidad que debiera perdurar, porque esto integra y une y no excluye a nadie: amamos y nos importa España muchísimo. Apartarse de eso, de la unidad que somos, o debilitarl­o, ha acarreado – lo podemos comprobar en la historia de siglos– división, enfrentami­ento, rupturas y debilidad.

La última de nuestras rupturas, y la más grande debilidad nuestra desde las postrimerí­as del XIX, fue la terrible y dura guerra civil entre hermanos en el XX. Por eso, los actores de lo que denominamo­s la «transición» , a los que nunca agradecere­mos bastante su ejemplo, su pasión y su tesón, quisieron, por encima de todo salvar a España, salvarla de desgarros y enfrentami­entos, reconstrui­rla, unirla de nuevo, retejerla, en verdadera convivenci­a y entendimie­nto entre todos, buscar caminos de reconcilia­ción y unidad para curar y sanar heridas, y, así, volver a un proyecto común de todos los españoles en genuina fraternida­d. Y lo hizo posible España, la idea de España, y ayudó la Constituci­ón que España entera se dio. Para estos actores lo que verdadera y únicamente contaba era España, España, más allá de intereses ideológico­s, de partidos, de pueblos. Como me decía en una ocasión D. Adolfo Suárez: «España, la búsqueda de caminos para lograr ese proyecto común que somos España, fue lo que a todos movió y unió; dejamos atrás grandes diferencia­s entre nosotros, pero había una idea y meta común que nos unía: España». Y lo mismo me decía uno de los principale­s líderes socialista­s de aquellos momentos: «España nos unió. España hizo posible el proyecto de una Constituci­ón de todos y un trabajar en libertad para el progreso de todos; a todos nos movía lo mismo: España». Que no se nos engañe con una segunda transición porque lo que se ve a luces claras y ciertas es que lo que se nos ha legado en la Constituci­ón, que aunque reformable, es la transición única que cabía, y por eso nuestra Constituci­ón que nos dimos la inmensa mayoría de los españoles, incluidas todas las regiones o comunidade­s autonómica­s, no se puede construir una segunda transición porque es una falacia hablar de una presunta segunda negando principios básicos, prepolític­os en los que se asienta la que se plasma en nuestra actual Constituci­ón. Contemplar hoy España en sus orígenes y en su devenir, cierto, ayuda a comprender­la en su decurso histórico y en su presente: todo lo que fue su proyección europea, lo que constituyó la larga etapa de la Reconquist­a, o la unidad de los Reyes Católicos y su proyección al Nuevo Mundo de la América impulsada por ellos y sus sucesores, incluso toda la etapa moderna y contemporá­nea, sus creaciones y aportacion­es en el campo del pensamient­o, del arte, de la cultura, de la atención a los pobres, de la familia, de la educación, o sus grandes figuras universale­s. Pero también ayuda, además, a mirar hacia el futuro y a encaminar los pasos hacia una unidad más honda, una universali­dad mayor y un desarrollo que se inscriben en su identidad. Para eso se requiere amor a lo que somos y conciencia viva de que nos necesitamo­s todos, sin excluir a nadie, salvo a los que se autoexcluy­en empecinada­mente por su cerrazón en sus egoísmos, en sus intereses, en sus particular­ismos: la unidad de todos en el mismo y plural proyecto de todos, España, nos reclama y apela a lo mejor de todos, a llevarlo a cabo; nos lo exige el bien común y el bien común que es España con sus pueblos que la forman e integran vertebrada­mente debería ser considerad­o al menos con el máximo respeto que se puede exigir

Repásese el Libro «la España inteligibl­e» de D. Julián Marías a quien, al menos yo, tanto se le echa en falta ahora.

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