Oportunidad perdida
La atropellada gestión de los indultos por conveniencias políticas hace que, una vez más, tengamos que lamentar en Cataluña las oportunidades perdidas. Por enésima vez, se ha desaprovechado la ocasión de encarar lo que realmente está pasando en la sociedad de la zona. El apresuramiento, la improvisación, característica de la política situacionista de Pedro Sánchez, Sánchez, en lugar de aclarar el panorama ha contribuido a reforzar el relato eufemístico bajo el que se esconde lo que está pasando en la sociedad catalana en los últimos años. Es algo no tan diferente de lo que sucede en otras partes de Europa desde principios de siglo. El crecimiento del populismo identitario, como reacción al desconcierto que provoca la globalización en las sociedades pequeñas y cerradas, es común en muchos enclaves del continente. En todos esos lugares –Cataluña no es excepción– ese populismo identitario en ascenso se resuelve generalmente en supremacismo tradicionalista (religioso y homófobo en Polonia, étnico en Letonia, político en Bélgica, etc.). En Cataluña –lo recordaremos una y mil veces– la situación se disfraza con diversos relatos épicos, pero es bastante sencilla: la mitad de la población piensa que se estaría mejor separados del resto del país y la otra mitad que nos iría mejor juntos. Dos proyectos antitéticos en su base de pensamiento y provoca que vaya a ser muy difícil organizar a la población en uno u otro sentido. Pensar, como Iceta, que con un 65% de cualquiera de las partes se puede sacar adelante un proyecto para la zona no es que sea imposible (por la fuerza), sino que es una candidez que ignora la eternización del conflicto y la parálisis que eso conllevaría.
Un Gobierno valiente, que pensara en el futuro, hubiera aprovechado la posibilidad de los indultos para abrir un debate de tipo moral. No hay tema más moral que un indulto a un delincuente. Pocas ocasiones como esa se dan en la historia política para poder abordarlo deliberando en los hemiciclos. Se hubieran escuchado cosas interesantes, de las cuales hubieran sido interrogaciones sobre qué es la delincuencia. Son esos los momentos para discursos históricos. Pero, por la flojera interesada de mantenerse en el poder, se ha desperdiciado la oportunidad. Se ha preferido el relato falso; las excusas y eufemismos de siempre. Nos guste o no, en Cataluña los partidarios de la segregación coinciden en gran manera con los apellidos autóctonos y los partidarios de la unión, con los descendientes de migrantes. Una realidad de la que nos desagrada hablar porque queda feo y muestra una radiografía
de la sociedad menos civilizada de lo que quisiéramos. No es diferente a otras partes de Europa. Si alguien se extraña de que un socialista letón gaste tanto tiempo y energía en construir un relato capcioso y pro independentista para deslizarlo en el Consejo de Europa, tendríamos que recordar que Letonia, desde 1991, solo daba ciudadanía completa a los descendientes de nacidos antes de 1940 (ocho apellidos letones) y que el 25% de la población –constituida justo por mi grant es y sus descendientes–recibía el nombre de« no-ciudadanos ». Son las anomalías liberticidas que hay que abordar en Cataluña y Europa, el respeto al migrante. O, en breve, los indultos volverán a convertirse en insultos.