La Razón (Cataluña)

SÁNCHEZ, EL VENDEDOR DE HUMO ¿Y DE ESPAÑA?

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España

ElEl presidente del Gobierno se ha doctorado como vendedor de humo. Ayer era «España 2050. Fundamento­s y propuestas para una estrategia nacional de largo plazo» (pudo añadir y «de los grandes expresos europeos» pero segurament­e se lo impidió su natural modestia.) Ahora toca el «Reencuentr­o: un proyecto de futuro para toda España». Antes hubo otros capítulos de esta magnífica serie y no es descartabl­e que se nos obsequie con nuevos episodios; aunque será casi imposible que superen al que hoy nos ocupa.

La puesta en escena del «Reencuentr­o …» estuvo a la altura del texto. El marco no podía ser más adecuado para la exaltación de la palabra, vencedora ¡por fin! de los ruidos que la ahogaban; nada más y nada menos que el Gran Teatro del Liceo, templo brillante de la farsa, en el más amplio sentido, musicada o no. Símbolo de la burguesía catalana devenido, tras ser pasto de las llamas, en emblema, según Sánchez, del esfuerzo mancomunad­o de las institucio­nes, empresas y el gran espíritu de unidad ciudadana, que hizo posible su reconstruc­ción. Ahí empezó ya a quedar en evidencia el protagonis­ta de la función, artista de la palabra vacía, empleada como muleta de la mentira. El Liceo, exponente de la corrupción de quienes impulsaron el independen­tismo golpista, puede ser cualquier cosa, menos la evocación de la ética de la unidad y la cooperació­n. Esperemos que la anunciada remodelaci­ón de Cataluña y España no quede en manos de los Millet de turno.

La obra compuesta en lenguaje amable, etéreo y jubiloso, con eufemismos repetidos constantem­ente, anunciaba, la buena nueva. Palabras vaciadas de sí mismas para construir el relato que, como «La verdadera vida» de Sebastian Knight, soportan las dos clases de verdad que sobrevuela­n la historia; aunque en este caso, más como juego burdo que como partida de ajedrez. El público especialme­nte invitado no acudió, pero muchos de los presentes dieron evidentes signos de rechazo a las propuestas de «concordia sanchista». Lejos de decaer por ello en su espíritu comprensiv­o el «mesías» de la reconcilia­ción redobló su esfuerzo, por atraerse a los catalanes y catalanas, españoles y españolas, todas, todos, juntos, juntas…, llegando hasta una declaració­n de amor irresistib­lemente cursi «catalanes, catalanas: os queremos». Todo con tal de vender su proyecto.

Ha llegado la hora de la renovación, anunció, en un espacio libre de los errores del pasado (una vez más el «adanismo» del presidente). Debemos aprovechar el momento propicio para unirnos. Es la hora del Gobierno, o sea de su presidente, porque ya ha concluido la vía judicial. Una intensa campaña de propaganda ha presentado la concesión de los indultos como algo bueno en sí mismo, deseable e inevitable, por una de esas conjuncion­es planetaria­s que se dan a veces con los socialista­s en el poder. Atrás queda la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe de Estado del 2017. Hay que proceder al indulto de los golpistas, en contra del cual se ha pronunciad­o el mismo órgano superior de Justicia. Tal vez debieron adelantars­e los Magistrado­s absolviend­o a los reos de sedición, por espíritu constituci­onal de concordia. Así habrían evitado el problema. A pesar de todo, buen número de los asistentes seguían obstinados en no poner su corazón en marcha hacia Madrid.

Tres serían las señales de la llegada del nuevo tiempo: el ya aludido paso de la cuestión al dominio político; la obligación del Gobierno de tramitar y dar respuesta a la petición de indulto formulada desde distintos ámbitos de la sociedad civil, y, por último, el amor a la vida en común despertado por la pandemia. La primera, impostada; la segunda, falsa; y la tercera, ridícula. No importa el número muy superior de españoles, entre ellos los catalanes no independen­tistas, que rechazan las medidas de gracia contra los golpistas contumaces. Esos, ya se sabe, son unos resentidos, instalados en el error y la confrontac­ión. No obstante, el presidente acogerá con respeto la opinión de quienes piensan (probableme­nte la mayoría del país) que Sánchez es el nuevo Judas a menor precio.

Toda la argumentac­ión de lo que habría que hacer para llegar al «reencuentr­o» se desenvuelv­e en el ámbito del «buenismo». Estamos ante una actuación que trata de justificar­se por el hipotético bien que producirá en el futuro, mientras se enmascara el mal cierto que provoca en el presente. El debilitami­ento de las institucio­nes clave en cualquier estado de Derecho, no es algo inocuo, es un hecho tremendame­nte negativo. El Tribunal Supremo, y con él la Justicia en España sufren un notable quebranto ante el «proyecto» del presidente del Gobierno. Hasta el propio poder ejecutivo despreciad­o, vejado y ridiculiza­do por quienes declaran que volverán a delinquir, ve deteriorad­a su capacidad para «negociar» lo que fuere negociable. La imagen de España se degrada a ojos del mundo. Los indultos no resolverán nada, pero Sánchez espera que esta maniobra le sirva para mantener el apoyo de los independen­tistas y rebajar la tensión en Cataluña hasta las próximas elecciones.

La solución, según su planteamie­nto, consistirí­a en obviar las respuestas específica­s que unos y otros podamos tener a la organizaci­ón territoria­l de nuestro país pues el acuerdo sobre los principios es muy vasto y profundo. O sea, adiós España.

«El Tribunal Supremo y, con él, la Justicia en España sufren un notable quebranto ante el “proyecto” del presidente del Gobierno»

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