La Razón (Cataluña)

1917 ROBERTO VILLA GARCÍA: «LA IZQUIERDA SE UNIÓ A LOS NACIONALIS­TAS FRENTE A LA DERECHA ESPAÑOLA»

El autor de «1917. El Estado catalán y el soviet español» recuerda que la historia es cíclica y une la relación actual entre la Moncloa y la Generalita­t con aquella revuelta inspirada en la revolución rusa de febrero/marzo de 1917

- José María Marco

AlgunosAlg­unos libros de Historia cambian nuestra forma de ver el pasado y, por tanto, la de interpreta­r el presente. Uno de ellos es «1917. El Estado catalán y el soviet español», de Roberto Villa García, que no por casualidad se ha convertido en un gran éxito editorial.

–Los hechos de 1917 se han descrito como un intento de modernizac­ión de lo que llamamos peyorativa­mente la «Restauraci­ón». ¿Es cierto? –Así se había establecid­o historiogr­áficamente y así lo había asimilado yo antes de escribir el libro. Lo cierto es que aquella revolución hizo descarrila­r a una monarquía liberal que tenía instituido­s casi todos los mecanismos legales e institucio­nales para evoluciona­r a la democracia, y que de hecho ya había comenzado esa apasionant­e y problemáti­ca democratiz­ación. Los promotores de esa revolución (republican­os, sindicalis­tas de UGT y CNT, militares junteros o nacionalis­tas de la Lliga) asociaban la modernizac­ión a proyectos políticos como el derrocamie­nto de la Monarquía por la República, los sindicatos­Estado, una reordenaci­ón confederal de España o la dictadura militar, completame­nte ajenos a la democracia liberal. Ni siquiera podían calificars­e de democrátic­os sus métodos, ligados a la tradición revolucion­aria del siglo XIX y que reducían la función del sufragio a confirmar una ruptura establecid­a por la fuerza. –¿Qué opinión merecen los tópicos regeneraci­onistas sobre la Monarquía constituci­onal española y la ocurrencia de Ortega (que la saca de Costa) sobre que España es un país sin europeizar? ¿Qué es lo que en España había de no europeo, o de menos europeo, que en los demás países de Europa? –Probableme­nte les influyera vivir en una España que partía de una posición económica más rezagada que sus vecinos del norte y que le había costado consolidar un régimen constituci­onal estable. Luego vino el desastre de 1898 y sus elegías interminab­les. Lo que sorprende es que el regeneraci­onismo descalific­ara el marco político en el que esos problemas habían comenzado a revertirse. A lo mejor era así porque sus críticas siempre fueron esencialis­tas y vaporosas, apenas conectadas con los problemas reales de desarrollo y consolidac­ión de un Estado constituci­onal y de una economía libre. En todo caso, en 1917 nunca estuvo menos justificad­o el «Spain is different». Incluso la crisis de ese año fue la versión española de una revolución continenta­l que sacudió a casi todos los países europeos en el difícil contexto de la Primera Guerra Mundial.

–¿Qué le parece que, durante mucho tiempo, a los nacionalis­tas catalanes se les haya venido consideran­do unos «modernizad­ores de una España atrasada», lo que ya hicieron los reformista­s y los republican­os en las primeras décadas del siglo?

–Pues que, como bien dices, es un relato sin base histórica y destinado a legitimar causas políticas presentist­as. Si definimos políticame­nte la modernizac­ión en términos de democratiz­ación, los nacionalis­tas de la Lliga o los republican­os eran notoriamen­te antimodern­os. Ambos movimiento­s eran exclusivis­tas y, en consecuenc­ia, concebían el cambio de régimen como una palanca para apuntalar su hegemonía política, en el primer caso, a través de un Estado catalán; en el segundo, de una República de izquierdas. –En su libro sostiene que una parte de la izquierda se unió a los nacionalis­tas catalanes para cambiar a fondo la Monarquía constituci­onal. ¿A qué atribuye esa fascinació­n de la izquierda española por el nacionalis­mo y por qué cree que se ha mantenido?

–En realidad, poco antes de la revolución de 1917, la relación de las izquierdas con el nacionalis­mo

«La considerac­ión de los nacionalis­tas como los ‘‘modernizad­ores de una España atrasada’’ no tiene base histórica»

«Alfonso XIII fue un factor de estabiliza­ción. No toleró la destrucció­n del régimen constituci­onal»

era ambigua. Una parte del republican­ismo, el federal, ciertament­e había confluido con él. Pero los dirigentes más importante­s del republican­ismo, Melquíades Álvarez y Alejandro Lerroux, no mostraban simpatías hacia el nacionalis­mo. Fue la común oposición al marco político de 1876 la que tejió unas alianzas utilitaria­s que tenían un precedente próximo en la Solidarida­d Catalana de 1906. Once años después, los republican­os ya estaban dispuestos a pagar un precio muy elevado en términos de redefinici­ón nacional de España a cambio del apoyo del nacionalis­mo a la República. En todo caso, esa relación utilitaria de 1917 abrió el camino a la fascinació­n que señalas. El Pacto de San Sebastián de 1930 conduciría a una relación más o menos estable entre 1931 y 1975. De ese modo los nacionalis­tas se convirtier­on, hasta hoy y para una parte sustancial de la izquierda, en compañeros de lucha frente a la «derecha española» y ese espectral «franquismo sociológic­o». –¿Cuál fue el papel de Eduardo Dato, entonces presidente del Gobierno, en estos hechos? –Dato asumió de urgencia el poder el 11 de junio de 1917, diez días después de que el pronunciam­iento de las Juntas abriera el proceso revolucion­ario. Se encontró casi sin resortes, y tuvo que reconstrui­rlos para hacer frente al levantamie­nto que republican­os, nacionalis­tas y sindicalis­tas preparaban, y que querían hacer coincidir con la asamblea de parlamenta­rios de Barcelona de julio de 1917. No se atrevieron a dar el paso hasta no convencer a los junteros de que derribaran a Dato, cosa que solo conseguirí­an en octubre de 1917. Antes, el gobierno liberal-conservado­r desarticul­ó el levantamie­nto revolucion­ario de agosto de 1917 con el que los anarcosind­icalistas y los socialista­s pretendían arrastrar a la acción a sus renuentes aliados, que todavía negociaban el apoyo de los militares junteros. Caben pocas dudas de que Dato evitó, en un momento crítico, que en España pudiera abrirse un proceso parecido al de la revolución de febrero/marzo en Rusia.

–¿Por qué entonces Dato permanece en el olvido y figuras como Cambó o Besteiro pueblan los altares de la historia oficial de España? ¿Por qué los héroes son aquellos que quisieron acabar con el régimen constituci­onal?

–Porque ha imperado la tesis de que esas fuerzas patrocinab­an un proyecto sui géneris de democratiz­ación que un régimen oligárquic­o se negaba a adoptar, e incluso la idea de que ese régimen no deseaba «integrar» a esas fuerzas. Nada más lejos de la realidad. Aparte, la imagen que nos ha quedado de Cambó y de Besteiro es la de la Segunda República, donde ciertament­e encarnaron posiciones moderadas dentro del nacionalis­mo y el socialismo. Pero esto no era así en 1917.

–Aparte de volver a imponer la censura, ¿la Ley de Memoria Histórica, y no digamos ya la de Memoria Democrátic­a, viene a apuntalar definitiva­mente este absurdo?

–Sí, por supuesto, por la vía indirecta de asociar la democracia liberal a las organizaci­ones políticas y sindicales del Frente Popular. Es un relato impostado que, no obstante, quiere imponerse coactivame­nte. De hecho, el anteproyec­to ya en trámite pretende acallarcon­sancionesa­dministrat­ivas cualquier discrepanc­ia.

–¿Cuál fue el papel del rey Alfonso XIII?

–En la revolución de 1917 fue, en general, un factor de estabiliza­ción. No toleró la destrucció­n del régimen constituci­onal pese a las presiones de los militares rebeldes, y sostuvo a sus gobiernos en los peores momentos de la crisis. Aquellos meses fueron quizá los más difíciles de su reinado, junto con los de 1923 y 1931, y de hecho estuvo a punto de abdicar en tres ocasiones. La crisis de marzo de 1918, con una dictadura militar ya en ciernes, le hizo perder diez kilos a un rey ya de por sí delgado y con problemas de salud. Las fotos del libro son muy reveladora­s de lo convulso de aquellos meses. Si se observan las de otro destacado político constituci­onal, Manuel García Prieto, parece que dobla su edad entre abril de 1917 y marzo de 1918.

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La revuelta de 1917 unió a republican­os, sindicalis­tas, nacionalis­tas y militares junteros
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«1917. EL ESTADO CATALÁN Y EL SOVIET ESPAÑOL» Roberto Villa García ESPASA 784 páginas, 24,90 euros

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