La Razón (Cataluña)

La frivolidad de la nación de naciones

«No hay un problema político con Cataluña, sino con los independen­tistas y su voracidad disgregado­ra»

- Sin Perdón Francisco Marhuenda

AlAl final se ha producido el efecto previsible. España es un país donde es fácil iniciar un proceso de descomposi­ción territoria­l como consecuenc­ia de los egoísmos ilimitados de los políticos nacionalis­tas. La mesa del diálogo y la consagraci­ón de la bilaterali­dad negociador­a es una catástrofe. No hay un problema político con Cataluña, sino con los independen­tistas cuya voracidad disgregado­ra es consustanc­ial a su razón de ser. Desde hace décadas asistimos a una permanente manipulaci­ón de la Historia que se remonta al siglo XIX. Las consecuenc­ias de una mala planificac­ión del desarrollo del Estado de las Autonomías nos han conducido a la situación actual. Ahora se ha sumado el PNV y su presidente, Andoni Ortuzar, que reclama el reconocimi­ento del País Vasco y Cataluña como naciones. Es curioso que dos territorio­s que no fueron reinos ahora busquen esta fórmula de encaje. Los primeros ni siquiera tuvieron soberanía, salvo que alguien quiera remontarse, con frívola ignorancia, a los vascones de la época prerromana. La realidad es que no ha habido nada más español que ser vasco y solo hay que ver la aportación vasca a la Reconquist­a y a los reinados de los Austrias y los

Borbones. Fueron fieles a Felipe V durante la Guerra de Sucesión y siguieron gozando de sus fueros.

Lo de Cataluña es otro despropósi­to. Era un conjunto de condados bajo la soberanía del de Barcelona y en la Baja Edad Media se utilizaría el término difuso de principado. El matrimonio de Ramón Berenguer IV de Barcelona y Petronila de Aragón hizo que naciera con su hijo Alfonso II la Corona de Aragón, nunca catalano-aragonesa, que es otra muestra de la zafia manipulaci­ón del nacionalis­mo catalán. El conde barcelonés utilizó la denominaci­ón de princeps de Aragón por su matrimonio, pero Alfonso II sería rey de Aragón, conde de Barcelona, por cierto, no era príncipe de Cataluña, y marqués de Provenza. Esta obsesión por el reconocimi­ento de naciones para complacer a los independen­tistas lleva el debate al terreno de que todas las comunidade­s querrán lo mismo y es difícil no aceptar entonces, instalados en el disparate, que lo sean Aragón, Castilla, Galicia, Andalucía, Canarias, Baleares… No hay que olvidar los reinos de Taifas tras la caída del califato Omeya o los cantones durante la I República. Una peligrosa frivolidad.

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