La Razón (Cataluña)

En Cataluña huele a Batasuna

- Jorge Vilches

Esto cada vez recuerda más a lo que pasaba en el País Vasco en los peores años. Los CDR plantaron guillotina­s ante el Rey en su visita al Mobile World Congress, tras un paseo en el que fueron coreando «Fuego al Borbón», con alguna bandera del histórico grupo terrorista Bandera Negra, el brazo armado del partido separatist­a Estat Català. También pertenecía­n a los CDR aquellos que según la Guardia Civil planeaban atentados. Se hacían llamar «Equipo Táctico de Resistenci­a». Entre los nombres de los que buscaban datos para ser posibles objetivos estaban Pablo Casado, José Manuel Villegas y Manuel Valls.

La protesta nacionalis­ta se desentiend­e del motivo de la visita y de la misma realidad. Da igual que la presencia del Rey sea para impulsar la economía de una región que se hunde desde 2016. La Casa Real sabe esa circunstan­cia, y por eso se ha ampliado la agenda catalana de Felipe VI, que en quince días estará cuatro veces en Cataluña.

Los nacionalis­tas y una parte de la izquierda considera que el error fue el discurso del Rey el 3 de octubre de 2017. Pero no es desde entonces, ni es original lo que hacen estos independen­tistas. Recuerden la pitada que recibió el Rey Juan Carlos el 4 de febrero de 1981 cuando visitó la Casa de Juntas en Guernica. Los representa­ntes de Herri Batasuna y Laia abuchearon al Rey a pesar de que su viaje tenía la pretensión de apoyar el autogobier­no vasco, mientras ETA tenía secuestrad­o a José María Ryan para exigir la demolición de la central de Lemoniz. Juan Carlos permaneció impasible y dijo que frente a los intolerant­es y a quienes no respetan la libertad ni las institucio­nes, él proclamaba su «fe en la democracia y mi confianza en el pueblo vasco». Esas mismas palabras las podría pronunciar Felipe VI hoy porque el compromiso con la Constituci­ón es igual. No cabe decir lo mismo del PSOE en manos de Sánchez. No solo ha concedido unos indultos indeseados por unos presos que no se arrepiente­n y que anuncian que repetirán el numerito, sino que ha permitido la creación de una mesa «bilateral». Su punto de partida es que la Constituci­ón está obsoleta para reconocer las «realidades territoria­les».

Es un cambio de régimen por la puerta de atrás, puesto en manos de sanchistas e independen­tistas. Es como en la Segunda República,

cuando el Estatuto de autonomía catalán precedió a la Constituci­ón y marcó su desarrollo. Esa mesa «bilateral» no tiene el derecho ni la legitimida­d para marcar el ordenamien­to territoria­l, ni el sujeto de la soberanía, ni la distribuci­ón de los poderes del Estado. Esta ruptura la acompañan con un mantra: la monarquía está anticuada frente a la república. Es mentira. Se equivocan los que confunden progreso y república. La forma republican­a es tan antigua como la monarquía, y su historia no ha deparado menos errores ni vulneracio­nes de las libertades que las monarquías.

Dejando a un lado tanto la demagogia populista como el idealismo de las formas puras, lo importante de un sistema democrátic­o es que la combinació­n de sus institucio­nes confiera libertad a los individuos, garantice la separación de poderes, asegure elecciones libres, competitiv­as y periódicas para la formación del legislativ­o y el ejecutivo, y exista opinión pública. Todo esto está asegurado hoy con la monarquía parlamenta­ria de la Constituci­ón de 1978 en la persona de Felipe VI. Para todo lo demás no hay más que oír y leer a quienes abogan hoy por la república y aplauden a los de las guillotina­s, un conjunto de destripate­rrones de la política, revanchist­as, y mesías del totalitari­smo.

La forma republican­a es tan antigua como la monarquía y no ha deparado menos errores ni vulneracio­nes de las libertades

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