La Razón (Cataluña)

«Ya no quiero más premios, solo pido trabajar»

A los 88 años, la intérprete recibe el jueves el Corral de Comedias con el que se estrena la 44ª edición del Festival de Almagro

- Julián Herrero

JulietaJul­ieta Serrano (Barcelona, 1933) y nada más. No necesita presentaci­ones esta mujer miembro de ese reducido grupo de elegidas que llamamos «damas del teatro». El último reconocimi­ento que apoya semejante título es un Premio Corral de Comedias que recoge el jueves en el Palacio de los Oviedo como pistoletaz­o de salida a la 44ª edición del Festival de Almagro. Un homenaje más que se mete en la saca y que se une, por ejemplo, a ese Goya que le llegó con retraso y con todo el merecimien­to del mundo en 2020. Entonces, fue su papel en «Dolor y gloria» el que le valió el cabezón; ahora, toda una carrera ligada al teatro y en la que la actriz ha puesto en valor el legado y los versos del Siglo de Oro. Pero Serrano tiene cuerda para rato. Hace un alto en la lectura de «El hijo del chófer» (Tusquets), de Jordi Amat, para atender a LA RAZÓN desde su casa en Madrid, donde vive sola a pesar de los 88 años. Y es que esos 88 años no son normales, están muy bien cumplidos.

–Dijo que se jubilaba, incluso brindó por ello, pero está claro que solo fue un farol.

–Intenté engañarme a mí misma. Veía que cada vez había menos trabajos que me gustasen, pero luego pensé que ya sería la vida la que me retirase. Fueron saliendo cosas interesant­es como una película con Pedro (Almodóvar), una versión de «La casa de Bernarda Alba» en la Zarzuela, otra vez Pedro... De eso hace ya... Cuatro años, creo, que con la pandemia no sé en qué día vivo.

–Ha pasado muy rápido el último año y medio.

–Ha sido tan terrible y sorprenden­te que pierdes el norte.

–¿Cómo lo ha llevado?

–Soy solitaria y he estado bien, pero reconozco que, a veces, me gustaría tener a alguien a mi lado. Pero he llevado bien la pandemia. Viviendo en el centro de Madrid el silencio no es la norma y durante meses lo tuvimos.

–¿Se manejó bien con las videollama­das?

–Hubo un exceso de whatsapps, así que he vuelto a retomar la lectura. Eso sí, me enganché al ordenador para escuchar conciertos y buscar cosas de todo tipo. Es una encicloped­ia enorme.

–Entre otras, esa «no jubilación» le permitió llevarse un Goya que se le resistía.

–¡A la tercera fue la vencida! Estuvo muy bien que me lo dieran.

–Parte de la culpa de aquello fue de Almodóvar, con el que ya ha rodado la siguiente película, «Madres paralelas». ¿Habrá más?

–O se da prisa en escribirme un papel o si no ya no llegaré. La vida no se puede controlar [risas].

–¿Después de tantos, los premios cansan o se agradecen?

–Yo los recibo siempre con sorpresa porque de verdad creo que hay mucha gente que se los merece tanto o más que tú.

–¿Qué premio le falta?

–Ninguno, no quiero, solo pido trabajar. Un papel bonito que no sea muy largo, que el físico falla. Antes se quería que te pagasen bien, ahora eso ni se piensa.

–En Almagro no había nominacion­es. Le dan el premio por décadas de méritos.

–Almagro es muy grande. Trabajé allí por primera vez con la compañía de Miguel Narros, que nos conocimos en Barcelona y me trajo a Madrid. Recuerdo hacer «La dama duende» en el Corral, una delicia de lugar.

–Entonces no existía ni el festival de teatro.

–Así es, y que luego se creara ha ayudado. Yo hacía mucho teatro, pero respecto al clásico estaba muy despistada, por no decir que no sabía nada. Me parecía árido, y fue con Narros con el que empecé a vivirlo y a entenderlo a finales de los 50. Me conectó con el pasado, con la sabiduría, con la vida...

–¿Cómo era aquel Almagro?

–Para mí fue el descubrimi­ento de La Mancha, de todo eso que me sonaba de oídas del «Quijote». Todo ese universo cobró vida.

–¿Y de la fuente de la eterna juventud qué nos cuenta? Porque, junto a José Sacristán, usted sabe dónde está.

–Lo de Pepe es otro nivel. Ese sí que tiene alguna pócima que no nos cuenta. Está hecho un pincel, además del arte y las facultades que tiene. Yo hago lo que puedo.

–¿El no tener hijos fue una decisión propia o una renuncia por el trabajo?

–Nunca se dio la cosa. No tenía una gran afición por la maternidad. Pensaba que mi vida iba a ser como tantas otras mujeres, pero lo de casarme nunca me apeteció. Tenía un rechazo importante por esto de certificar el amor con una firma. Me parecía una tontería, así que siempre dije que nunca me iba a casar.

–Y cumplió...

–Me parecía absurdo. Pero lo de los hijos, quizá, en un momento pudieron llegar, pero lo dejamos para más adelante y eso es fatal. Los niños se deben tener jóvenes. Había pasado épocas muy duras y quería para mis hijos lo mejor, dedicarles toda mi energía. Era una persona muy tímida y, posiblemen­te, cobarde, pues toda esa energía la necesitaba para trabajar. En el teatro no había nada de descanso y así era imposible formar una familia. Quizá ahora, con los adelantos tecnológic­os, hubiera podido ser madre.

–¿Se arrepiente?

–Nunca tomé una decisión. La vida fluía y yo iba con ella.

–¿Qué pasó a los 40, que dice que perdió la timidez?

–Hasta entonces hablé muy poco, pero me empecé a sentir más segura y rompí a hablar [risas].

–Y ya no se calló...

–Recuperé el tiempo. Extrañaba que hiciera teatro porque me transforma­ba por completo.

–¿Cómo se hace para no perder las ganas de trabajar?

–Que te guste mucho lo que haces. Hay gente que trabaja para sobrevivir y yo soy una afortunada. Llegué a tirar la toalla en Barcelona. Me di cuenta de que allí no iba a conseguir el sueño de ser actriz de cine o de teatro.

–¿Hubiera imaginado en esa Barcelona de la posguerra las tensiones de hoy por la independen­cia?

–Suficiente teníamos con sobrevivir. Conseguir algo para comer era imprescind­ible. Nada de independen­tismo, aunque años antes ya se tantease la posibilida­d. Lo de ahora no ha surgido de repente, claro, pero jamás pensé que esto iba a ocurrir. Barcelona era mi casa, pero en Madrid encontré muy buenos amigos. Y no es que perdiera el amor por Barcelona, pero empecé a hacer giras, a conocer España y me di cuenta de la variedad que tenemos en toda la Península. Así que empecé a sentirme española, catalana y ciudadana del mundo.

–¿Y, desde esa perspectiv­a plural, qué opinión le merecen los indultos?

–Soy partidaria de indultar. Me parece bueno para el ser humano, pero que no se pierda el arrepentim­iento y que todos nos integremos a una. Espero que sirvan para algo, lo deseo.

–¿Después de más de 60 años en la capital, no se siente madrileña?

–¿Qué es ser madrileña o catalana? No me van esas etiquetas. Yo dejo que fluya la vida, como con el amor.

«¿Qué es ser madrileña o catalana? No me van las etiquetas. Yo dejo que fluya la vida, como con el amor»

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