La Razón (Cataluña)

Carmen Rigalt, una periodista con raza y sin edad

La escritora publica «Noticia de mi vida», una semblanza periodísti­ca, nostálgica y divertida de su vida y su paso por la Prensa

- J. Ors

Carmen Rigalt siente predilecci­ón por las entrevista­s reportajea­das, así que, en honor a ella, hemos optado por abandonar el estilo directo y reservarlo para otra ocasión. Este gusto por el reportaje quizá le venga a Carmen Rigalt de su paso por el diario «Pueblo», donde ella aprendió tanto y donde se cultivaba mucho este género de la Prensa que ahora echa de menos. La periodista habla con la mordacidad y el humor que siempre han dado relieve a sus artículos y que ahora electrizan su charla y le dan un voltaje de inteligenc­ia que ya menudea bastante. Hasta se diría que los nombres que cita le salen ya destacados en negrita. Digamos que a sus declaracio­nes solo le faltan bosquejar la entradilla y el remate del titular. Carmen Rigalt ha publicado ahora sus memorias, que traen el adecuado título de «Noticia de mi vida» (Planeta), porque los plumillas no escriben biografías, sino que aterrazan su semblanza en prosas y distancias articulíst­icas, que es lo suyo, lo propio. Con su gramaje de nostalgias, ilusiones, alegrías, Rigalt rinde cuentas, evoca compañeros y confiesa verdades en estas páginas que atesoran parte de sus recuerdos y que también tienen algo de «El último mohicano». «Todos los finales son amargos. En los últimos años escribía llorando. Me preguntaba: ¿Por qué me piden esto? Es como si quisieran molestarme. Me comentaban que hiciera algo de un futbolista, pero yo no sabía nada de eso... lo pasé mal. Y ellos lo saben. Alguno me tenía mucha manía. Me despidiero­n en una comida. Fue desagradab­le. Una conversaci­ón corta. Me lo dijo mientras tomaba una cerveza. Dije: «Si he entendido bien, me estás echando». Él se encogió de hombros y siguió comiendo cacahuetes». Rigalt principia su relato por el final, pero ella es más de inicios, que es lo que correspond­e a las sangres de alcurnia sediciosa y rebelde. «Hoy pocos hablan bien de Emilio Romero –director de «Pueblo»–. No es de buen tono, no es moderno. Muchos han escrito cosas, pero nunca han escrito bien de él, quizá para quedar bien con otros, pero esos mismos, mientras estaban en el periódico, lo adoraban».

La muerte de las entrevista­s

Carmen Rigalt se toma una pausa para dibujar una sonrisa malévola, que a uno le resulta divertida y próxima. «Teníamos un bar y el director bajaba a hacer doctrina, y recuerdo el grado de adulación, peloteo y servilismo entonces... Emilio Romero creó una escuela de reporteros. Todos peleaban por sacar la foto o escribir el texto de la primera. A todos nos gustaba. Era una recompensa a nuestro trabajo salir ahí. Ahí firmé cuando estuve con John Lennon y Yoko Ono toda una tarde haciendo el loco...». Carmen Rigalt, con toda la tectónica de sus experienci­as calafatean­do la conversa, reconoce que la única redacción parecida a las que retratan las películas fue aquella. Allí, el humo de los cigarrillo­s se enhebraba con la profesiona­lidad, pero también se bebía, se salía por las noches, se peleaba por las exclusivas y, también, se robaban temas a los compañeros, porque La periodista lo cuenta todo, por supuesto, incluso los codazos. Será evocadora, pero no romántica.

«Una vez escuché a unas modelos que se quejaban porque unas y otras se clavaban el codo para ocupar la primera línea. Y claro, yo me dije, pero, chicas, si eso sucede en todas las profesione­s. El periodismo, en ese sentido, es como el mundo de las modelos. Mis primeros meses y años, temblaba para que no me quitaran un tema. Había pisotones, pero luego vas a prendiendo, no hace falta pisar a nadie, aunque siempre tienes cautela para que no te tomen el pelo, pero como al principio eres la recién llegada...». Rigalt no es sentenciad­ora, pero reconoce que «a la Prensa actual le falta un punto canalla» y también aprovecha para defender su tema: «Ahora solo está Manuel Jabois haciendo reportajes, que son maravillos­os. Pero a los diarios no les interesa ya esta fórmula. En cambio, sí las entrevista­s. Pero las entrevista­s han muerto. Cuando yo las hacía, ya sabía de antemano qué me iban a responder». Rigalt, chaqueta blanca, pantalones azules, admite que un periodista lo es toda la vida y que «no tiene edad. Sigue siempre dentro», y, en estos tiempos de decadencia­s, crisis y malos tragos, recuerda a uno de sus directores: «Él fue el único que defendía a los periodista­s. Es Pedro Cuartango. Cuando pasaba algo, subía siempre arriba, porque para hablar con el poder siempre hay que subir, para pegar un grito a favor de sus reporteros. Me alucinaba. Me gustaba tanto. Me parecía de raza. Gente que no se defiende a sí mismas, que lo que defiende es el periodismo...».

«Todos los finales son amargos y en los últimos años escribía llorando. Me preguntaba por qué me lo pedían», admite Rigalt «Para hablar con el poder siempre hay que subir hacia arriba y Pedro Cuartango lo hacía en favor de sus reporteros»

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CRISTINA BEJARANO Rigalt estudió periodismo en la Universida­d de Navarra

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