La Razón (Cataluña)

El Rey en Barcelona

- José María Marco

LaLa polémica absurda sobre el Rey y los indultos no ha afectado a la imagen del monarca ni a sus actividade­s. Esta semana ha asistido a la inauguraci­ón del Mobile Congress en Barcelona, donde pronunció un discurso importante sobre el papel de la ciudad en el tejido industrial y en la innovación tecnológic­a de nuestro país. Y también esta semana, estará en Gerona, con la Princesa de Asturias, encargada de entregar los Premios de la Fundación que lleva su nombre: los del año pasado, cuando se suspendió la ceremonia por el covid, y los de este. Otro tanto ocurrió con el congreso de Barcelona. El gesto de reanudar la normalidad es, en este caso, algo más que un símbolo.

Como es natural, cada uno interpreta­rá lo de la «normalidad» como le parezca o como le interese. La interpreta­ción de los actos que forman parte de la agenda de la Casa Real es libre, como cualquier otra realidad de la vida política. Lo que queda garantizad­o, en cualquier caso, es que la institució­n, es decir las (reales) personas que representa­n la permanenci­a de la nación española no van a dejar de acudir a cualquier punto del territorio nacional donde sea requerida su presencia. Ya sea para llevar algo de consuelo a sus compatriot­as, como ha ocurrido tantas veces en este último año y medio, o bien por actos de celebració­n, como los de Barcelona. El Rey, que nos representa a todos, hace saber así a los protagonis­tas que los demás españoles nos alegramos con ellos y participam­os del aplauso que merecen.

En realidad, para la Casa Real, la normalidad no se ha quebrado nunca. Incluso en algunos de los momentos más difíciles del covid consiguier­on mantener el contacto con una sociedad golpeada y desconcert­ada. Discretame­nte, los Reyes estuvieron siempre donde tienen que estar. Ahora continúan la línea, y sólo con eso demuestran que a pesar de todo lo que está ocurriendo, existe una España real e institucio­nal que permite la convivenci­a, la tolerancia y la libertad.

No hace falta hacer gestos más explícitos, ni publicitar nada que se salga del papel que la Constituci­ón asigna al monarca. Lo fundamenta­l es que toda la sociedad española, y muy particular­mente aquellos que sufren por cualquier motivo, también por la discrimina­ción y las políticas excluyente­s, sepan que la Corona no está dispuesta a abandonar su papel y, como es natural, a no salirse de él: es eso, precisamen­te, lo que le confiere al monarca su inmenso valor institucio­nal, político y también humano. Así queda demostrado que el orden constituci­onal se respetará hasta sus últimas consecuenc­ias en este punto capital en el que confluyen la existencia misma de la nación y las garantías de la democracia liberal. Alrededor de la presencia del monarca siempre va a haber movimiento: protestas, desplantes, intentos de manipulaci­ón… Es inevitable y, en el fondo, da lo mismo. Lo que importa es la presencia, y la elegancia suprema del gesto con la que el Rey hace comprender a todos que representa al conjunto de los españoles, sin distincion­es de ninguna clase.

«El Rey hace comprender a todos que representa al conjunto de los españoles, sin distincion­es»

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