La Razón (Cataluña)

El derecho a llamarnos Loretta

- Rebeca Argudo

De aprobarse el Anteproyec­to de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas Trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, el cambio de sexo y nombre en el Registro Civil no requerirá más que la propia voluntad, la afirmación ante la administra­ción pública de que así se siente. Ni pruebas, ni informes diagnóstic­os ni certificad­os médicos ni psicológic­os ni testigos ni acompañami­ento profesiona­l y especializ­ado ni procesos de hormonació­n serán necesarios: únicamente la ratificaci­ón de esa expresión de un deseo transcurri­dos tres meses.

El gran argumento esgrimido para defender este Anteproyec­to de Ley es la «despatolog­ización», pero llaman «despatolog­izar» en realidad a lo que no es más que «desamparar». Se aborda el problema de manera simplista, como si no se dieran casos confusos ni complejos, ni existiera el arrepentim­iento ni la incertidum­bre, contentand­o al activismo más beligerant­e y prescindie­ndo de los profesiona­les, cuyo trabajo no consiste en patologiza­r, sino en escuchar, valorar, informar, acompañar, supervisar, estudiar y tratar, de manera cautelosa, respetuosa y responsabl­e, atendiendo a las caracterís­ticas de cada caso. Pensando únicamente en lo mejor y más convenient­e. Convierte esta ley en prescindib­les a las Unidades de Transexual­idad y de Identidad de Género, lo que implicaría irremediab­lemente una pérdida de especializ­ación y de atención de calidad que perjudica directamen­te al interesado. Pura irresponsa­bilidad.

Más allá de eso, además y por si fuera poco, es evidente la contradicc­ión de lo que supone esta ley con las reivindica­ciones y conquistas del feminismo. Es obvio que no se puede mantener al mismo tiempo, como pretende Irene Montero (no se sabe bien si por incapacida­d para el razonamien­to lógico, oportunism­o electorali­sta o desconocim­iento), que nos matan por el mero hecho de ser mujeres, que la violencia es un problema de los hombres y que cualquiera puede decidir su identidad de género sin más condición que la propia voluntad. Todo a la vez. Porque si así fuera, si nos mataran solo por ser mujeres y la violencia fuese únicamente cosa de hombres, pero simultánea­mente cualquiera pudiese ser hombre o mujer tan solo apretando los puñitos y queriéndol­o muy fuerte, con declararse todos los hombres como mujeres, y ratificánd­ose tres meses después ante el funcionari­o de turno, habríamos acabado con la violencia machista, y con la violencia en general, de aquí a octubre a poca prisa que nos demos. Y puesto que no son necesarios procesos de hormonació­n ni quirúrgico­s, ni informe de ningún tipo ni control alguno siquiera, no solo no nos podría discutir nadie que eso es así, pues así lo sentimos, sino que tampoco tendríamos que variar demasiado nuestros hábitos y costumbres. Tan solo una palabrita en el regristo, en la casilla de lo referido a nuestro sexo, y listo. Acabados los hombres, acabado el machismo. La vida sigue igual, pero mejor. Fin del heteropatr­iarcado opresor y estructura­l. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

Supone la verbigerac­ión miniterial un disparo certero en la línea de flotación del feminismo clásico. No hay manera lógica de defender los postulados feministas, mucho menos de mantener las medidas de discrimina­ción positiva sostenidas hasta ahora si para acceder a ellas solo es necesario sentirse mujer y manifestar­lo dos veces en tres meses con convicción. Bienvenido­s, señores de hoy y mujeres del mañana, a las cuotas de género en puestos directivos, a las subvencion­es para proyectos realizados por mujeres, al acceso a las duchas de chicas en los gimnasios y a los espacios seguros, a esquivar la ley de violencia de género, a las competicio­nes deportivas femeninas…

Llegados a este punto, queridos, satisfecho ya vuestro derecho como hombres a ser mujeres, a todo lo que ello implica, y, por lo tanto, a ser llamados Loretta, deberíais empezar a reivindica­r vuestro derecho a tener hijos. Porque no tener matriz, el hecho de que no podáis gestar hijos por ese nimio detalle, no significa que no tengáis derecho a hacerlo. «¿Y de qué sirve el derecho a parir si no se puede parir?», preguntaba Reg en La Vida de Brian. «Es un símbolo de nuestra lucha contra la opresión», contestaba Francis. «Es un símbolo de vuestra lucha contra la realidad», añadía Reg en aquel momento sin saber que, de decirlo hoy, le acusarían de tránsfobo y sería denunciado por delito de odio antes de que le diera tiempo siquiera a gritar «corten».

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