El derecho a llamarnos Loretta
De aprobarse el Anteproyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas Trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, el cambio de sexo y nombre en el Registro Civil no requerirá más que la propia voluntad, la afirmación ante la administración pública de que así se siente. Ni pruebas, ni informes diagnósticos ni certificados médicos ni psicológicos ni testigos ni acompañamiento profesional y especializado ni procesos de hormonación serán necesarios: únicamente la ratificación de esa expresión de un deseo transcurridos tres meses.
El gran argumento esgrimido para defender este Anteproyecto de Ley es la «despatologización», pero llaman «despatologizar» en realidad a lo que no es más que «desamparar». Se aborda el problema de manera simplista, como si no se dieran casos confusos ni complejos, ni existiera el arrepentimiento ni la incertidumbre, contentando al activismo más beligerante y prescindiendo de los profesionales, cuyo trabajo no consiste en patologizar, sino en escuchar, valorar, informar, acompañar, supervisar, estudiar y tratar, de manera cautelosa, respetuosa y responsable, atendiendo a las características de cada caso. Pensando únicamente en lo mejor y más conveniente. Convierte esta ley en prescindibles a las Unidades de Transexualidad y de Identidad de Género, lo que implicaría irremediablemente una pérdida de especialización y de atención de calidad que perjudica directamente al interesado. Pura irresponsabilidad.
Más allá de eso, además y por si fuera poco, es evidente la contradicción de lo que supone esta ley con las reivindicaciones y conquistas del feminismo. Es obvio que no se puede mantener al mismo tiempo, como pretende Irene Montero (no se sabe bien si por incapacidad para el razonamiento lógico, oportunismo electoralista o desconocimiento), que nos matan por el mero hecho de ser mujeres, que la violencia es un problema de los hombres y que cualquiera puede decidir su identidad de género sin más condición que la propia voluntad. Todo a la vez. Porque si así fuera, si nos mataran solo por ser mujeres y la violencia fuese únicamente cosa de hombres, pero simultáneamente cualquiera pudiese ser hombre o mujer tan solo apretando los puñitos y queriéndolo muy fuerte, con declararse todos los hombres como mujeres, y ratificándose tres meses después ante el funcionario de turno, habríamos acabado con la violencia machista, y con la violencia en general, de aquí a octubre a poca prisa que nos demos. Y puesto que no son necesarios procesos de hormonación ni quirúrgicos, ni informe de ningún tipo ni control alguno siquiera, no solo no nos podría discutir nadie que eso es así, pues así lo sentimos, sino que tampoco tendríamos que variar demasiado nuestros hábitos y costumbres. Tan solo una palabrita en el regristo, en la casilla de lo referido a nuestro sexo, y listo. Acabados los hombres, acabado el machismo. La vida sigue igual, pero mejor. Fin del heteropatriarcado opresor y estructural. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
Supone la verbigeración miniterial un disparo certero en la línea de flotación del feminismo clásico. No hay manera lógica de defender los postulados feministas, mucho menos de mantener las medidas de discriminación positiva sostenidas hasta ahora si para acceder a ellas solo es necesario sentirse mujer y manifestarlo dos veces en tres meses con convicción. Bienvenidos, señores de hoy y mujeres del mañana, a las cuotas de género en puestos directivos, a las subvenciones para proyectos realizados por mujeres, al acceso a las duchas de chicas en los gimnasios y a los espacios seguros, a esquivar la ley de violencia de género, a las competiciones deportivas femeninas…
Llegados a este punto, queridos, satisfecho ya vuestro derecho como hombres a ser mujeres, a todo lo que ello implica, y, por lo tanto, a ser llamados Loretta, deberíais empezar a reivindicar vuestro derecho a tener hijos. Porque no tener matriz, el hecho de que no podáis gestar hijos por ese nimio detalle, no significa que no tengáis derecho a hacerlo. «¿Y de qué sirve el derecho a parir si no se puede parir?», preguntaba Reg en La Vida de Brian. «Es un símbolo de nuestra lucha contra la opresión», contestaba Francis. «Es un símbolo de vuestra lucha contra la realidad», añadía Reg en aquel momento sin saber que, de decirlo hoy, le acusarían de tránsfobo y sería denunciado por delito de odio antes de que le diera tiempo siquiera a gritar «corten».