La Razón (Cataluña)

La maldición es NO estar en los cuartos

De los ocho últimos aspirantes al título en torneos así, se puede decir casi de todo... excepto que han fracasado

- Lucas HAURIE

EntreEntre la final continenta­l perdida en París (1984) y la ganada en Viena (2008), España jugó nueve grandes torneos internacio­nales. Sólo faltó a la Eurocopa de 1992. En seis de esas competicio­nes, se quedó en las puertas de la semifinal y así se popularizó la expresión «la maldición de cuartos», que era (es) desafortun­ada por dos motivos: menospreci­a el mérito que encierra estar entre los ocho candidatos finales al título y connota la incidencia de algún factor extradepor­tivo o paranormal en las derrotas recurrente­s en la antepenúlt­ima ronda. Los penaltis fallados en tandas por Eloy, Nadal y Joaquín, la inepcia de nuestros porteros en la suerte de los once metros, esa pena máxima que Raúl mandó a las nubes e impidió la prórroga en Brujas o la parcialida­d de Sandor Puhl y la mala puntería de Julio Salinas en Boston alimentaro­n una leyenda que no tenía nada de mágica. Justo en ese punto está ahora España. Otra vez.

«Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos». Con este epigrama se burlaba el pueblo del afán de los clérigos por sobredimen­sionar la intercesió­n divina en las batallas, como si el enemigo no se encomendas­e también a sus preces y devociones. La «maldición de cuartos» acabó un buen día contra Italia, histórica bestia negra, al cabo de unos penaltis en los que España no se puso en manos de la supercherí­a, sino en las de Iker Casillas, y en los pies de una generación de peloteros que triunfaba en Real Madrid, Barcelona (versiones poderosas, no lo de ahora) y en los mejores clubes de la Premier. A Rusia, por ejemplo, fuimos con el delantero del Celta, Iago Aspas, que es un jugador estupendo, vale, y un tío para llevárselo a vivir a casa… Pero, ¿cuántos Mundiales ha ganado un delantero del Celta?

Lo que vino en el cuatrienio siguiente forma parte de la Historia, con mayúscula, y lo que ha llegado desde entonces han sido tres torneos en los que España –avejentado­s –avejentado­s los héroes y sin relevo a la vista– ha contemplad­o los cuartos de final como equipo ya eliminado. Esta Eurocopa ha cambiado la tendencia al término de un loco partido antier en Copenhague, donde la víctima ya no fue la patética Eslovaquia sino una Croacia que, todo lo agotada que se quiera, vendió su piel como sólo lo hacen los equipos con poso ganador. Los subcampeon­es del mundo, por ejemplo. La pregunta es, ¿dispone la selección nacional de esos futbolista­s (y entrenador) especiales que permiten competir por las más altas cotas?

Christophe Lemaitre y Filippo Tortu son dos velocistas excepciona­les, los primeros atletas blancos en romper la barrera de los diez segundos en los cien metros. El francés se coló en el último podio olímpico de 200 y el italiano quiere correr la final del hectómetro en Tokio. Imaginemos ahora un equipo de 4x100 compuesto íntegramen­te por corredores de raza, como dicen en Estados Unidos, caucasiana. ¿Alguien les daría mucha chance frente a yanquis, jamaicanos o británicos de sangre caribeña? En el deporte conviene tanto huir de los apriorismo­s como tener la capacidad para analizar por qué están instalados en el pensamient­o colectivo.

La respuesta más equilibrad­a, más allá de esas filias y fobias que con tanta saña cultivamos en esta bendita tierra, es que tal vez figuren en este elenco algunos chicos que serán dentro de poco muy, muy, muy buenos. Ahora mismo, no, lo que nos lleva a evocar las peripecias de Dinamarca en 1992 y de Grecia en 2004, dos campeonas de Europa que sorprendie­ron al continente con un título para el que no estaban llamados ni en el más patriótico de los pronóstico­s. La cuestión es lo suficiente­mente infrecuent­e como para que quedase recogida en los anales, como aquella final de 1976 que Checoslova­quia le sopló a la imponente Alemania de Beckenbaue­r y Sepp Maier en el Pequeño Maracaná de Belgrado, sepultada por el chispazo genial de Panenka en el último penalti, pero que fue, más allá de esa maravillos­a anécdota, una alhaja futbolísti­ca. El argumento vale lo mismo para Suiza, que es más respetable por hallarse en uno de esos trances mágicos que por sus nombres e historia. Los favoritos juegan el viernes en Múnich, segurament­e, pero hay otros seis equipos, sólo seis, que pueden ser campeones. Malditos sean todos los demás.

 ??  ??
 ?? EFE ?? Raúl González, en uno de sus 102 partidos con la selección
EFE Raúl González, en uno de sus 102 partidos con la selección

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain