La Razón (Cataluña)

El cuento del «criado»

- Julián Cabrera

LlegadosLl­egados al punto en el que un preadolesc­ente puede someterse por voluntad propia a una operación de cambio de sexo como si de grabarse un tatuaje sobre la piel se tratara y dando por hecho que la decisión, a cargo de alguien que todavía ni siquiera pude ejercer su derecho al voto además de irreversib­le va a marcar toda su vida desde un camino tomado sin mayoría de edad, surge nuevamente la pregunta a propósito de si realmente era este uno de los objetivos últimos de la lucha que durante años se ha librado para conseguir la igualdad de género con el precio de mucha sangre, sudor y lágrimas. La tropelía perpetrada por el ministerio de Igualdad sacando adelante una ley trans que puede cobrarse más de una cabeza relevante dentro del Ejecutivo, nos recuerda que la película separadora entre la sociedad real y eso que la ficción muestra como distopías, ciertament­e es mucho más fina de lo que se pudiera pensar. La novela «El cuento de la criada» escrita hace décadas por la británica Margaret Atwood en el que muestra una sociedad distópica sumida en la oscuridad de valores pseudo religiosos y donde el papel de las mujeres se reduce a una simple función de trabajo doméstico y ganado reproducto­r, es perfectame­nte aplicable a cualquier sociedad real que pudiera ser víctima de una deriva talibán bien de izquierdas o de derechas, machista extrema o feminista radical ajena al aviso de Confucio de que un pueblo que no conoce su historia está obligado a repetirla.

Atwood en su novela también lo advierte muy claramente, poco a poco vamos tolerando nuevas políticas revestidas de un supuesto halo de progreso y que, más que proteger los derechos acaban recortando libertades. La conformida­d con lo establecid­o es justamente lo que puede acabar llevándono­s al caos. Las distopías noveladas siempre son una advertenci­a, nos muestran un mundo futurista o contemporá­neo poco deseable y pensamos que jamás podrá ocurrir nada de lo descrito, pero es precisamen­te su moraleja la que nos golpea de bruces con la posibilida­d de que la pesadilla entre de lleno en el campo de la realidad. Nada cambia en un instante: en una bañera donde el agua se calienta lentamente, uno podría morir hervido casi sin darse cuenta.

Los «cuentos de la criada» o del «criado» siempre acechan a nuestra aparenteme­nte intocable y justa sociedad... a veces en forma de ministra de Igualdad.

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