La Razón (Cataluña)

ATRAPADOS EN LA OCA

- José Luis Requero José Luis Requero, es magistrado.

LeoLeo en un digital que el expresiden­te Rodríguez Zapatero ejerce de intermedia­rio entre el Gobierno y los partidos catalanes para superar el «conflicto» catalán. No los problemas de Cataluña, sino el «conflicto», un término importado de la jerga tan querida por el independen­tismo vasco, de pasamontañ­as o sin él. La entrevista a Zapatero del pasado domingo en estas páginas parece confirmarl­o, lo que sería una intermedia­ción para llevarnos a una interminab­le partida del juego de la oca, en el que una y otra vez caemos en la casilla de la muerte y vuelta a empezar.

Habrá que recordar que antes de hacerse con la presidenci­a creó las condicione­s que llevaron a donde estamos, y lo hizo impulsando un tripartito catalán que alumbró un estatuto de autonomía luego corregido por el Tribunal Constituci­onal. Antes apareció el

«plan Ibarreche», un proyecto de estatuto vasco groseramen­te inconstitu­cional. Rodríguez Zapatero, en la oposición aún, no lo apoyó pero mandó un mensaje: «tranquilos, que la solución vendrá de Cataluña». Y vino con ese estatuto catalán que de estatuto tenía poco: presentaba hechuras de constituci­ón, no tanto de un Estado independie­nte sino federado o asociado a España, con quien mantendría vinculo mínimo para no salir de la Unión Europea y financiase sus deudas.

En ese estatuto una región –Cataluña– modificaba la Constituci­ón y las principale­s leyes reguladora­s de los órganos constituci­onales del Estado, entre ellos modificaba el sistema constituci­onal de Justicia, última parcela del Estado en Cataluña sin conquistar. También lo hacía aquel «plan Ibarreche» –como digo, de una grosería jurídica palmaria– en cambio el catalán era otra cosa: era ladino, estaba elaborado por gentes acostumbra­das a hilar fino y meterla doblada al redactar un contrato. Pero el Constituci­onal lo tumbó.

Muy en resumen pretendía alumbrar un Poder Judicial propio –fiscales incluidos– creando su órgano de gobierno judicial, un Consejo de Justicia Catalán; además Cataluña selecciona­ría a sus propios jueces y fiscales. Para ello se urdió el ardid de que ese Consejo catalán fuese «desconcent­rado» del Consejo Consejo General del Poder Judicial. Pero no coló y se declaró inconstitu­cional: ni el Poder Judicial es repartible territoria­lmente como sí el ejecutivo y el legislativ­o, ni el Consejo es un órgano desconcent­rable; además, la Judicatura es un cuerpo único –lo dice la Constituci­ón–, luego no troceable en «escalas», una escala vasca, otra catalana, otra andaluza, etc...

Los socialista­s siguen, erre que erre, ahí y lo propugnan en su «Declaració­n de Barcelona. Por el catalanism­o y la España federal». En Justicia supondría que el cuestionad­o sistema de gobierno judicial que rige –de nuevo gracias al socialismo– desde 1985, lejos de corregirse tal y como exige el Consejo de Europa, se multiplica­ría por 17 porque, a ver, ¿a qué gobernante territoria­l no le interesa tener su propia Justicia?; y en Cataluña, ¿no viviría más tranquilo el independen­tismo dirigente teniendo sus jueces, sus fiscales unidos a su policía?, ¿quién le inquietarí­a?.

Hablaba del juego de la oca, que vamos derechos a la casilla de la muerte y parece que es así. Dice el expresiden­te Zapatero que la sentencia del Constituci­onal, que anuló todo ese modelo de Justicia catalana, es interpreta­ble, pero no, no lo es: fue muy clara salvo que aparezcan mercenario­s del Derecho que sostengan que, como todo es interpreta­ble, sin tocar la Constituci­ón se puede alumbrar un nuevo sistema judicial a base de trampas. Podría pensarse que esa segunda intentona, que vendría de la mano de un nuevo estatuto o de la reforma puntual del vigente, sólo podría salvar su constituci­onalidad con un nuevo Tribunal Constituci­onal, lo que pasaría por renovarlo –tarea también pendiente– para llevar allí a juristas comprometi­dos con tal empresa.

Sobre todo esto escribí hace años con profusión y me preguntaba como hipótesis de trabajo si eso no pacificarí­a el panorama, si no sería ventajoso una Justicia más próxima y lo rechacé: aquello resucitarí­a nuestro castizo caciquismo, la Justicia caería en manos de caciques que pondrían jueces, fiscales, policías y, por supuesto, una Inspección tributaria al gusto. Que eso rija en Cataluña sería una desagracia para los catalanes, pero allá ellos con esa sarna que gusta aunque pique. Lo triste es que lo querrían para sí el resto de los caciques que pueblan España. No son pocos y lo son de todos los colores.

«Dice Zapatero que la sentencia del Constituci­onal, que anuló todo ese modelo de Justicia catalana, es interpreta­ble, pero no, no lo es»

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