La Razón (Cataluña)

(IN)VERTEBRADO­S

LAS VÍAS VASCA Y CATALANA VUELVEN A CONFLUIR PARA AVANZAR HACIA UN MODELO ASIMÉTRICO QUE VENDRÍA A ROMPER EL EQUILIBRIO QUE CONSOLIDÓ EL 78

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Las claves ya las apuntó Ortega y Gasset en 1921. En su clásico «España invertebra­da» aborda la difícil cuestión del proceso de construcci­ón y desintegra­ción de las naciones, centrándos­e en el caso español para analizar algunas de las causas de la crisis política y social de su época. Aquel estudio, que él mismo definió como «un ensayo de ensayo», ha pasado la prueba de los años convertido en el perfecto guion para explicar (y entender) los desencuent­ros que, de manera cíclica, sacuden la convivenci­a de los españoles. Apunta Ortega a los regionalis­mos y separatism­os como parte de los males que profundiza­n el «proceso de desintegra­ción» y también se refiere a la «ausencia de los mejores» entre los dirigentes como uno de los frenos de los avances de la sociedad, pero, sobre todo, fija el gran problema de España en la falta de «un proyecto de vida común». La historia, con sus vaivenes, propició la Transición y la Constituci­ón del 78 que vinieron a romper esa inercia sin plan compartido y sentaron las bases de una estabilida­d que ha avanzado en la senda de lo común. Con sus altibajos, sus progresos y sus tropiezos, esta etapa, marcada por el desarrollo del modelo autonómico, nos ha traído hasta el centenario de aquella España invertebra­da y nos sitúa en otro momento clave: uno de esos en los que se advierten cambios significat­ivos y que, vistos con la perspectiv­a del tiempo, se convertirá­n en puntos de inflexión: existen suficiente­s indicios para intuir que encaramos una fase de modificaci­ón en el reparto del poder territoria­l.

Evolucione­s inversas

Y esos movimiento­s que pueden alterar el equilibrio establecid­o en el 78 (más o menos frágil o más o menos imperfecto), en el que se mantiene España desde hace cuatro décadas, vienen marcados por el proceso de negociació­n abierto con Cataluña por el Gobierno de Pedro Sánchez y también por otras señalas lanzadas desde el País Vasco, a través del PNV y de Bildu (con sus claras diferencia­s), para sumarse a una nueva redistribu­ción de competenci­as. El propio presidente del PNV, Andoni Ortuzar, ha confirmado que mantendrá su apoyo al PSOE para cambiar el «modelo de Estado» y lograr que tanto Euskadi como Cataluña sean «naciones» que mantengan una relación «bilateral» con España.

A lo largo de la historia, las vías catalana y vasca han demostrado ser líneas que avanzan paralelas y que no siempre llegan a cruzarse o a confluir a la vez en sus objetivos. Resulta paradójica la evolución del nacionalis­mo y el apoyo a la independen­cia en ambos territorio­s: se mueve en sentido inverso. Según la serie histórica del Sociómetro que publica el Gobierno Vasco desde 1998, el rechazo a la ruptura alcanzó su máximo el pasado mes de junio, ya que tan solo el 21 por ciento apoya la independen­cia frente al 41 por ciento que la rechaza (un aumento de siete puntos respecto al de 2019). En Cataluña, según el CEO de mayo de 2021, el 44,9 por ciento de los catalanes estaría a favor de la separación, y aunque aumenta levemente el rechazo, las cifras muestran el recorrido opuesto a las del País Vasco.

Esta diferente evolución conecta con la íntima correlació­n entre sentimient­o y política: un estudio de la Universida­d de Málaga con la de Harvard concluye, tras analizar más de 50.000 encuestas sobre Cataluña y País Vasco del CIS en los últimos 25 años, que el sentimient­o nacionalis­ta vasco y catalán tiene más influencia en el voto que la ideología política. Lo emocional como hilo conductor de las aspiracion­es tangibles. Pese a que el protagonis­mo y los focos ahora son para Cataluña (una década de procés lo avalan), el País Vasco, olvidado el amago de Ibarretxe, une ahora su camino y aspira a aliarse con los nuevos vientos para alcanzar su deseado «nuevo estatus», que se mueve entre la relación federal, la mera actualizac­ión de Guernica y la independen­cia.

Consultas en el horizonte

Al margen de declaracio­nes y movimiento­s tácticos, otra de las señales de los nuevos pasos en dirección a la reorganiza­ción territoria­l se encuentra en el Congreso. El PNV busca conseguir una reforma legal que facilite la celebració­n de referéndum­s eliminando el control previo del Tribunal Constituci­onal (que resultó clave en octubre de 2017 para frenar a Puigdemont): los grupos de la Cámara ya han rechazado las enmiendas a la totalidad del PP y Vox y el proyecto se encuentra en trámite de aprobación. También esta misma semana dos ministros, Calvo e Iceta, se han referido a las consultas consultiva­s del artículo 92 de la Constituci­ón.

Todos los indicios apuntan en la dirección de los cambios: los dos años que quedan de legislatur­a resultan fundamenta­les para fijar los equilibrio­s actuales entre las distintas comunidade­s o para que Cataluña y País Vasco alcancen mayores cotas de autogobier­no y se dirijan hacia la consolidac­ión de un modelo estatal asimétrico. Se abre ahora una fase de negociació­n política (una parte con focos y otra, sin ellos) que puede configurar el germen para un rediseño de la estructura que conocemos y que ha ido templando los empujes territoria­les a lo largo de los últimos 43 años. Algunas piezas aspiran a alterar su espacio para volver a encajarse en una España que ya se había vertebrado con su proyecto común del 78. Basta mirar alrededor para ver que algo se mueve. Como Ortega aconsejaba: «Desde estos pensamient­os, como desde un observator­io, miremos ahora en la lejanía de una perspectiv­a casi astronómic­a al presente de España».

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