La Razón (Cataluña)

Puro amor

- Marta Robles

No hay peor dolor que el de ver sufrir a un ser querido. Más aún cuando se trata de un dolor sin remedio que inhabilita por completo e incluso puede llegar a robar la dignidad. Es difícil ponerse en la piel de quien decide morir porque no soporta más lo que le ha tocado en este mundo inclemente. Y también lo es calzarse las botas de la persona que, amando profundame­nte a quien ya no quiere vivir más, se presta a concederle la gracia de la muerte. Sea Dios o la naturaleza quien establezca las normas, es innegable que hay vidas que resultan imposibles de vivir e incluso de acompañar a vivir. En nuestra historia reciente tenemos un caso que zarandeó los principios morales

de nuestra sociedad: El de Ramón Sampedro. Llegó a convertirs­e en película premiadísi­ma, y casi conmovió más a los españoles interpreta­da por Javier Bardem y Belén Rueda, que por los verdaderos protagonis­tas. Solo el cine consiguió que muchos sintiéramo­s esa empatía necesaria para comprender las ganas de morir de un ser humano y la ayuda de una persona que lo adora, pese al posible castigo. Entre las contradicc­iones que el suicidio, por atípico, no conllevara pena ni en el intento fallido, pero la colaboraci­ón, sí. Simenon decía que «un asesino es cualquiera de nosotros antes de cometerlo». Sin llegar a tanto, ¿no podríamos vernos cualquiera en la situación de querer morir o de desear ayudar a morir? ¿Recuerdan cuando el marido de María José Carrasco ayudó a su mujer, enferma de esclerosis múltiple, a marcharse con el corazón encogido? Con la Ley de Eutanasia se ha retirado la acusación contra él, y me alegro porque aunque no sirva de consuelo a su soledad, certificar­á su puro amor.

«Resulta innegable que hay vidas que resultan imposibles de vivir e incluso de acompañar a vivir»

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