La Razón (Cataluña)

¿Cómo seríamos si pudiésemos vivir bajo el agua?

La posibilida­d de evoluciona­r al Homo aquaticus siempre ha fascinado a la humanidad: estas son las adaptacion­es fisiológic­as que nos harían falta

- POR P. DEL CORRAL

El ser humano siempre ha soñado con vivir bajo el agua. El primero que tanteó con vehemencia dicha posibilida­d fue Jacques-Yves Cousteau, el inventor de la primera escafandra para surcar los fondos marinos sin necesidad de oxígeno. En 1943, este joven francés pronosticó lo que pasaría 50 años después: el planeta podría evoluciona­r hacia el Homo aquaticus. Si bien es cierto que su predicción no se cumplió, existen numerosos estudios que explican las adaptacion­es que nuestro organismo debería haber desarrolla­do para que así fuese.

La principal diferencia se encontrarí­a en el tamaño del cuerpo: tendríamos que ser mucho más grandes para evitar la pérdida de calor corporal. A lo que tendríamos que sumar manos y pies palmeados. Esto es, unidos por una firme membrana que nos permitiría avanzar mucho más rápido por este fluido. Un dato que bien recuerda a las icónicas sirenas que la mitología nos ha relatado en varias ocasiones. Además, haría falta tener un ritmo cardiaco más pausado y que la sangre se dirigiese sólo hacia los órganos más importante­s. También que los pulmones contasen con una estructura plegable que acabase con el síndrome de la descompres­ión. Y, por qué no, que los ojos fuesen capaces de enfocar en cualquier situación.

Estas caracterís­ticas permitiría­n generar unas condicione­s de superviven­cia únicas en el medio acuático: tolerancia a la falta de oxígeno, flotabilid­ad, velocidad, descenso de las pulsacione­s… Por ejemplo, hoy se ha demostrado que existe un fuerte vínculo entre el éxito competitiv­o de un experto en buceo y el tamaño de su bazo. Por el momento, no está claro si nacieron así o si es el resultado del entrenamie­nto. Lo que sí se conoce es que este órgano constituye un enorme reservorio de glóbulos sanguíneos que, al contraerse, liberaría una mayor cantidad de células en el sistema circulator­io. De tal modo que el simple hecho de tener un bazo más grande podría añadir 15 segundos al tiempo que un buceador puede estar bajo el agua.

Otro de los hándicaps a los que tendríamos que hacer frente es la nitidez con la que veríamos. Si, ahora mismo, abrimos los ojos en el mar o en una piscina, lo más normal es que veamos borroso. Y eso es así porque el iris se estimula más de la cuenta para lidiar con la falta de luz. No obstante, existe un pueblo ancestral del sudeste asiático que ha conseguido controlar este reflejo y adaptarse sin ningún problema: son los Moken, y, desde muy temprano, enseñan a sus hijos este truco. Siempre, por lo que pueda pasar en un futuro.

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