J. K. Rowling: mucho escándalo, grandes ventas y poca chicha
La autora, que firma con seudónimo esta saga policial que antes funcionaba, flojea esta vez por la lentitud y al caer en lugares comunes
La aclamada autora de la saga de Harry Potter, J. K. Rowling, publica el quinto volumen de la serie policíaca protagonizada por el detective privado Cormoran Strike bajo el pseudónimo de Robert Galbraith. Novela, además, ganadora del premio al libro del año The British Book Award 2021. Estamos ante un «thriller» que ha vendido más de cinco millones de ejemplares solo en Reino Unido. Aunque antes de que saliera a la luz contaba ya con innumerables críticas que acusaban de trásfoba a la autora porque el asesino del relato es un travestido, nos centraremos en hacer un juicio de valor del texto y no de ningún otro aspecto extraliterario.
Estamos en Cornwall. Cuando nuestro detective está de vacaciones para visitar a su familia es abordado por una mujer con la súplica de que encuentre a su madre, desaparecida en 1974 y en extrañas circunstancias. Junto a su compañera, Robin Ellacott, investigarán un caso frío como el hielo en el que se darán de bruces con unos acontecimientos que les conducirán hasta un asesino en serie, «El carnicero de Essex», ahora encarcelado, que (¡cuidado, spoliler!), cuando engañaba a sus víctimas femeninas, se disfrazaba de mujer para conseguir su confianza y lograr que subieran a su camioneta. Un hombre que sufrió abusos en la infancia, pasó a masturbarse con lencería robada y terminó desarrollando una personalidad sexual ambigua que le permite el acercamiento a sus víctimas.
Demasiados estereotipos
Mientras seguimos las andanzas del investigador para esclarecer el caso, nos topamos con unas caracterizaciones que aplastan la historia sin texturas y plagadas de estereotipos. Por no hablar de los tramos que abordan el funcionamiento interno de los regalos de cumpleaños de la oficina. Si J. K. Rowling desea prosperar con la saga, alguien debería decirle que podría prescindir de «metraje» literario y centrarse en la tensión sexual entre Strike y Ellacott, lo más jugoso. Quizá tiene que separarse de Robert Galbraith, divorciarse de los misterios sobre asesinatos y profundizar en los temas que parecen importarle: las mujeres (al menos, las cisgénero) y los menores. No necesita la autora, pues, escribir sobre temas que le son ajenos y parecen tocarle bastante poco la fibra a tenor de cómo los moldea. Un libro, en fin, entretenido, para leer en la playa, aunque de poca profundidad y muy larga extensión.