El pájaro
Rockefeller sabía. El cuervo sabía todo. Al pájaro le daba ya en el pico que, el que le metía la mano por la espalda, iba a acabar detenido y con alguna que otra imputación seria. Se ha hecho viral una escena de una actuación televisiva de José Luis Moreno, en la década de los noventa, donde Rockefeller le acusa de ser un corrupto, de tener dinero no declarado y de haber timado al personal. Cómo se nos pudo escapar, cómo no fuimos capaces de darnos cuenta de que, lo del cuervo, era una relación anticipada de hechos a investigar, una lista adelantada de delitos; cómo no caímos en la cuenta de que el pájaro pudiera estar colaborando con la policía como confidente ornitológico. Oigan, quién sabe, igual es un atenuante, igual se considera una autoinculpación preventiva; oigan, que estamos hablando de un ventrílocuo, así que no me miren raro a mí porque, ya de por sí, lo que este señor hacía y a lo que se dedicaba, era loquísimo. Dicen que los tres muñecos llevaban años encerrados en un arcón, bajo llave, castigados. Macario, Monchito y el cuervo representan, para el propio artista, una época de la que el propio José Luis Moreno reniega por considerarla meramente alimenticia y sin el fulgor que su talento merece, así que están los pobres arrinconados, dobladicos, sin luz, ni focos, ni un pañito que les quite el retestín de lo cerrao. No se me va de la cabeza la imagen de los agentes descubriendo a los muñecos en el registro, se lo juro por mi madre. Al lado de las máquinas de contar dinero, tres marionetas sometidas al olvido, amordazadas, pero durmiendo el sueño de los justos, de aquellos que revelaron la verdad sin que nadie les echara cuenta. Servidora (que lleva dentro la frustración de no haber podido ser nunca chica Moreno en «Noche de fiesta» por falta de clase y de centímetros de pierna) se declara albacea testamentaria de la memoria de sus muñecos, a los que quizá no supimos entender. Esto suena a venganza de caucho. Todos juntos: ¡Toma, Moreno!