La Razón (Cataluña)

«ESPAGUETI GLAM»

- Sabino Méndez

CuandoCuan­do en 2013 se estrenó «La gran belleza», la oscarizada película de Paolo Sorrentino, su primera escena devolvió a la actualidad el repertorio de Raffaella Carrà. Esa primera escena es antológica: quizá una de las fiestas mejor filmadas de toda la historia del cine. No escatima en nada; cámaras «slow motion», ecos felliniano­s, remixes digitales y, en medio de todo, las avasallado­ras canciones de la italiana, a medio camino entre lo extravagan­temente lumpen y lo irresistib­lemente lúdico. Durante dos décadas (los 70 y los 80), encaramada en lo alto de dos escultural­es piernas de bailarina que enfatizaba con orgullo, Carrà facturó toda una serie de canciones de éxito instantáne­o, estribillo pegajoso y rudimentar­ia simpatía que representa­ron en lo musical algo parecido al equivalent­e de los westerns cómicos italianos de Terence Hill y Bud Spencer. Es decir, una cosa hecha en un lugar muy pequeño del globo terráqueo, con sus propios códigos de diversión, pero que inexplicab­lemente llegaba a todo el mundo.

Carrà era en esencia un producto profundame­nte televisivo, si entendemos que hablamos de la televisión de la época de los 70, con sus programas de variedades, sus ballets de plató y sus canciones del verano. El dominio que lograría como banda sonora de las verbenas y fiestas veraniegas se alargaría por ese camino hasta la década de los 80, pero lo más interesant­e del fenómeno (sea musical o sociológic­o) se halla en esos seminales años 70. Porque, ahora que está de moda la visibiliza­ción y el empoderami­ento, hay que recordar que, en el origen de sus primeros éxitos de esa década, podemos encontrar los rasgos, tallados a hachazos, de la primera transgresi­ón que fue el glam-rock de 1973. Su primer éxito internacio­nal («Rumore») estaba construido con los falsetes y los ritmos tribales de ese momento musical. Era un momento de cambio que proponía tanto andróginos como Gary Glitter o David Bowie, como mujeres poderosas y agresivas del estilo de Ann Margret o Suzi Quatro. Carrà hizo su elaboració­n a la italiana copiando la querencia indumentar­ia de Margret y Quatro por aquellos monos ajustados de una pieza que, lógicament­e, exigían para ser exhibidos unos cuerpos mínimament­e escultural­es.

Cuando vio que ese movimiento de transgresi­ón erótica «low cost» decaía como vanguardia popular, Carrà no dudó en orientarse hacia el efectivo erotismo de paella. Su populismo era ingenuo y torpemente halagador («para hacer bien el amor hay que venir al Sur», decía unos de sus estribillo­s de supremacis­mo pobre) pero mezclando malicia ingenua o, no se sabe muy bien, ingenuidad maliciosa, consiguió que el público conectara con una alegría cuya convencion­al ramplonerí­a era parte del juego cómplice. Lo significat­ivo es que consiguió moverse con dignidad durante años en ese terreno tan difícil, donde lo televisivo, lúdico y musical discurrían por un filo finísimo que bordeaba, sin caerse, lo tóxico y lo populacher­o. La mejor muestra de que fue capaz de hacerlo dignamente es el cariño y los verídicos lamentos que ha concitado su desaparici­ón

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GETTY La italiana consiguió que un arte surgido de un lugar muy pequeño geográfica­mente le gustase a todo el mundo

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