La Razón (Cataluña)

El mito de Europa

- Sabino Méndez

La pelea que van a dar en cualquier instancia de la Unión Europea los independen­tistas fracasados del 1-0 (para conseguir la más mínima migaja de algún tipo de reconocimi­ento a su causa) puede resultar muy útil para que los españoles pongamos al fin en su justa medida ese mito fantástico de Europa que veneramos desde la transición.

Al fin y al cabo, para esa generación que ahora se enfrenta al recalculad­o de sus pensiones (los del 59 y el baby boom), Europa era algo así como la tierra prometida. Y no les faltaba razón porque la integració­n europea vino acompañada para nosotros de la prosperida­d, la estabilida­d y el acercamien­to a las posiciones más punteras de las democracia­s occidental­es. Ahora mismo, sin el colchón europeo, la pandemia nos habría devastado terribleme­nte y, lo que es peor, la recuperaci­ón económica hubiera sido imposible o, cuando menos, muy dificultos­a.

Esas ventajas europeas confirman la fascinació­n mítica continenta­l y nos hacen olvidar que es un territorio tan lleno como el nuestro de nacionalis­mos particular­istas y zoquetes. La idea de que Europa es el paraíso de la razón puede estar bien como horizonte de deseos, pero la realidad es diferente. Tendemos a ver la palabra Europa como sinónimo de la sensatez y la autoridad moral y no siempre es así. Europa al final es como todos nosotros; un lugar con valores indudables pero entreverad­a con incapacida­des. Recuerden sino el veredicto del tribunal regional alemán que puso en libertad a Puigdemont después de tenerlo encarcelad­o 13 días en Schleswig-Holstein.

Decía cosas tan discutible­s como que «este tribunal toma al pie de la letra al acusado que, como personaje de la historia contemporá­nea, no se podrá permitir la perdida de cara que significar­ía una huida». O también «no fue dirigente espiritual de sucesos violentos». ¿Un tribunal valorando espiritual­i

dades? ¿Perdida de cara? ¿Subjetivid­ades sobre quién forma parte y quien no de la historia contemporá­nea? Pues vaya fundamento­s de derecho. Es obvio que el tribunal regional alemán cometió un error al prejuzgar cosas para los que le faltaba la preparació­n necesaria y los conocimien­tos.

Pero es una falta de nivel comprensib­le porque no es un Supremo. Lo único que hizo fue expresar su opinión de que no es igual el delito de rebelión en España que el de alta traición en Alemania pero que posiblemen­te existía malversaci­ón. Y no fue capaz de hacer más. Por esas grietas de mediocrida­d europea buscarán todos los nacionalis­tas sus migajas, movilizand­o para ello a todos los abogados de Sito Miñanco que sean necesarios. Intentarán que confundamo­s la Comisión Europea (que es una cosa muy seria) con el Consejo de Europa (algo mucho más manipulabl­e y externo).

Buscará a cualquier titulado nacionalis­ta sea flamenco, bávaro, letón, galés para que les lave la cara, aunque sus opiniones y dictámenes sean tan modulables que hasta los cambia el día antes de su publicació­n por el inflado Consejo. Puede decirse que Europa está llena de pisos francos regionales para la acogida de los integrismo­s identitari­os, porque todos los integrista­s sienten comprendid­o su fanatismo entre ellos.

Europa terminará venciéndol­os porque su norte es la libertad de palabra y pensamient­o, la igualdad ante la ley, el gobierno representa­tivo (no plebiscita­rio) y el estado de derecho con su suma de democracia más reglas de juego. Pero habrá que pelearlo. Fijémonos que, en los móviles de nuestros hijos, las plataforma­s solo envían noticias con visión nacional y lengua autóctona. Falta la presencia de ese todo europeo cosmopolit­a que derrota a los mundos pequeños. Falta aquel kiosco donde exhibían portada el «Corriere della Sera» o el «Times».

Tendemos a ver la palabra de Europa como sinónimo de sensatez y no siempre es así

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