La batalla silenciosa de la edad de hielo: hombres y osos
Aparece un cráneo de un oso de las cavernas de hace 35.000 años con huellas de haber sido cazado
LaLa arqueología, con su voluntad indagadora, nos va dando una mirada sobre nosotros que no siempre es plácida, adánica y benevolente, como a muchos les gustaría. Entre las ruinas y yacimientos que se excavan afloran vestigios que muestran el empuje civilizatorio que anida en el hombre, pero, también, sacan a la luz una cara implacable y pesimista sobre nuestra naturaleza que no resulta para nada halagüeña y que, a pesar de las resistencias iniciales a creerlo, resulta creíble y veraz. Ya lo comentaba el historiador Yuval Noah Harari en su controvertido libro «Sapiens», ese ensayo tan admirado y alabado por unos como repudiado y criticado por otros. El Homo Sapiens es una bestezuela de cuidado desde sus inicios y más vale andarse con cuidado con ella si no quiere tener un mal tropiezo. Ya durante su expansión por la Tierra, fue responsable de la extinción de abundantes especies sin que se le conozca arrepentimiento ni haya quedado en su memoria remordimientos de ninguna clase, lo que no resulta una imagen demasiado esperanzadora de lo que somos. No hay que irse a buscar extravagantes explicaciones, como el impacto de meteoritos, cambios climáticos y otras derivas medioambientales, para comprender cómo la fauna y la vegetación ha salido mal parada de nuestras andanzas, abusos, inclinaciones y caprichos. Solo la Primera Guerra Mundial supuso una de las mayores hecatombes imprevistas para los bosques europeos a lo largo del siglo XX. Y más vale no entretenerse en otros desaguisados de semejante calibre.
Ahora que andamos preocupados por el clima, los calentamientos que se nos avecinan ya, las crecidas de los océanos, la desaparición de los polos y el deshielo de las cimas nevadas de las montañas, los científicos sacan a la luz una evidencia que alude a una de esas masacres que cometieron nuestros ancestros y que pocas veces se mencionan: cómo esquilmamos en grandes áreas del mundo al oso de las cavernas. Durante la Edad de Hielo murieron en la profundidad cientos de estos animales, como prueban la multitud de restos óseos encontrados. Muchos eran jóvenes y fallecían porque no se habían alimentado bien para soportar el periodo de hibernación o debido a las bajas temperaturas, que en ocasiones se desplomaban más allá de lo que era habitual. Esto también puede observarse en la cueva de Imanay, en los montes Urales, Rusia. Pero aquí también se ha hallado el cráneo de un ejemplar que, desde que se extrajo del subsuelo, ha llamado la atención de los científicos. En la parte de atrás identificaron un agujero que les resultaba extraño por el lugar y por su forma. Al indagar se dieron cuenta de que correspondía, de una manera casi dramática, con la forma que tenían los proyectiles de piedra que utilizábamos los humanos en aquel tiempo. Los historiadores han concluido que este oso murió por la mano del hombre y no por causas causas naturales. Lo extraordinario es que el cráneo está datado hace 35.000 años, vamos, durante el Pleistoceno, como informa la revista «Arstechnica». Con esta muerte se saca a relucir una batalla silenciada, la competencia entre los osos cavernarios y nuestros antepasados. El Homo que fuimos no perseguía de manera frenética a estos mamíferos, pero los dos combatían por un mismo recurso: las grutas. Para soportar el frío y aguantar los inviernos, hombres y osos pelearon por este refugio. El resultado, según las evidencias arqueológicas, no se decantó del lado de los osos.