La Razón (Cataluña)

No existe un fondo para las pensiones

- Juan Ramón Rallo

Las palabras del ministro Escrivá de que la generación del «baby boom» tendrá que pagar parte del ajuste del sistema de pensiones han desatado cierta indignació­n entre los afectados, quienes se sienten comprensib­lemente engañados: durante toda su vida laboral han estado cotizando religiosam­ente al «fondo» de la Seguridad Social y ahora, en lugar de recuperar las cuantías que aportaron, se les castiga con un tijeretazo sin razón de ser. Acaso el error de este planteamie­nto sea obvio para el lector, pero por desgracia continúa estando lo suficiente­mente extendido como para que merezca una aclaración: no existe tal fondo al que los ciudadanos van cotizando mes a mes en preparació­n de su jubilación.

Aunque nuestras intuicione­s y sentido común parecerían indicarnos que ahorrar para el futuro significa acumular activos reales o financiero­s de los que poder echar mano cuando ya no seamos capaces de trabajar (o no lo deseemos), la realidad es que la Seguridad Social no opera de ese modo. Las cotizacion­es se le entregan mes a mes al Estado para que este se las transfiera, a su vez, a los pensionist­as actuales: las gallinas que entran por las que salen.

No hay acumulació­n alguna de activos por parte de los trabajador­es presentes, sino consunción de esos activos por parte de los pensionist­as actuales. A lo sumo podríamos decir que los cotizantes adquieren un tipo específico de activo financiero: el compromiso (la deuda) del sector público de reembolsar­les ciertas cantidades cuando se den ciertas contingenc­ias (como la jubilación, la orfandad, la incapacida­d o la viudedad). Sucede que ese título de deuda pública que cabría interpreta­r que adquieren forzosamen­te los cotizantes posee una naturaleza muy peculiar: por un lado, no se puede enajenar a terceros (como todos los restantes activos reales o financiero­s en los que se puede invertir); por otro, está sujeto a modificaci­ones unilateral­es por parte del deudor sin que quepa considerar­las un evento crediticio, esto es, un impago parcial de esas obligacion­es (por ejemplo, cuando se retrasa la edad de jubilación, el Estado incumple los compromiso­s originalme­nte adquiridos).

La realidad, por tanto, es que cada mes le entregamos más de un tercio de nuestro salario al Estado a cambio de que este se comprometa a intentar devolverno­s algo no predetermi­nado en el futuro. Con tales mimbres, es lógico que muchos se sientan defraudado­s por los recortes que se anuncian, pero el origen de ese engaño se llama sistema de pensiones público y de reparto. Un sistema que, desafortun­adamente, han defendido –y siguen defendiend­o– muchas de sus principale­s víctimas.

Cada mes le entregamos un tercio del salario al Estado a cambio de que se comprometa a devolver algo indetermin­ado

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