La Razón (Cataluña)

«Nunca dejo un chiste que pueda ser más ofensivo que gracioso»

Dirige y protagoniz­a «¡A todo tren! Destino Asturias», una comedia familiar sobre padres incompeten­tes: «Hacer reír me interesa más que trascender»

- Ulises Fuente - Madrid

SeSe ha entregado al cine familiar sin pedir permiso ni perdón. Santiago Segura (Madrid, 1965) estrena lo que califica de «estupendo plan de cine veraniego», una comedia que en realidad son dos historias que discurren paralelas, y con la misma ternura. En «¡A todo tren! Destino Asturias», que se estrena este viernes, Segura solo pretende «que olvides tus problemas durante una hora y media y salgas de la proyección mas contento de lo que entraste. Ahí es nada». En el reparto brilla una pandilla de niños adorables, especialme­nte, Sirena y Calma, las hijas del director.

–Los niños están excepciona­les, ¿qué es lo mejor de trabajar con ellos?

–Pues que creo que rejuvenece. Es decir, no como con una crema antiedad… pero al menos sí espiritual­mente. Yo veo a veces las cosas por primera vez a través de los ojos de mis hijas. Y estos niños además eran buenos actores, disciplina­dos, alegres y simpáticos... Me hubiese ido con ellos de campamento.

–Obviamente, no le preocupa que sus hijas opten por el camino de la escena, ¿qué les dice o les aconseja?

–No tengo ningún interés en que opten por este camino profesiona­l, aunque pienso que la experienci­a les puede venir bien: el trabajo en equipo, la disciplina de un rodaje, el reto de interpreta­r... está bien experiment­ar. Y sobre todo creo que será un recuerdo precioso ver estas películas cuando sean mayores.

–¿Por qué diría que los niños pueden llegar a ser tan terrorífic­os?

–Supuestame­nte son seres puros y limpios, pero también pueden ser egoístas, envidiosos y terribleme­nte crueles con sus iguales. Se trata de una tarea compleja alejarles de ese camino. Diría que ese es el gran reto de padres y educadores.

–Más que la política o el arte, ¿es la familia el verdadero drama y la tragedia humana? –La gran tragedia humana es la propia existencia, lo efímero y perecedero de nuestras vidas, el drama de la incertidum­bre, del inevitable fin de nuestros días y la búsqueda de sentido a nuestro periplo vital... Vaya, menos mal que estamos hablando de una alegre y fresca comedia veraniega. –Nadie enseña a ser padre. ¿Qué clase de padre es Santiago Segura?

–Uno de esos que lo hace lo mejor que puede pero que a veces echa de menos más tiempo para dedicar a sus hijas y un pequeño manual de instruccio­nes para no equivocars­e demasiado. –¿Teme que alguna asociación de padres se queje y le acuse de difundir estereotip­os acerca de que los hombres son malos padres?

–Pues esa eventualid­ad no esta entre mis inquietude­s actuales.

En todo caso, los hombres son terribles padres, o padres fabulosos. Generaliza­r no es bueno. También es cierto que los de mis películas son torpes o lo hacen mal, por exceso y por defecto, aunque nunca malintenci­onadamente. En ese detalle hay un atisbo de redención.

–Desde Homer Simpson a Phil Dunfy («Modern Family») y en decenas de comedias de situación los padres aparecen como bobos, incompeten­tes o torpes. Si lo dicen tantas ficciones, algo de verdad habrá, ¿no? –Pues algo habrá, seguro. Al final, como en esta película, las vicisitude­s o apuros de unos son las risas de otros (de los espectador­es).

–Bromas aparte, ¿qué le parecen los juicios a comedias o a personajes incluso de dibujos animados considerad­os «dañinos» por la imagen que proyectan o el «mal ejemplo» que dan?

–La duda es inteligent­e, creo que hay que cuestionar­se las cosas, corregir los errores e intentar ir siempre a mejor, proteger a los colectivos o minorías amenazados y luchar por una sociedad mas justa e igualitari­a. Pero no estoy de acuerdo con la cultura de la cancelació­n, con «borrar» el pasado. Y pareciéndo­me interesant­e y enriqueced­or el debate, no me gustaría que cambiaran por ejemplo la voz de Apu en episodios antiguos de «Los Simpsons» o que desapareci­ese para siempre de plataforma­s y archivos un personaje como Pepe Le Pew. –¿Piensa alguna vez si los chistes de sus películas son del todo blancos o pueden ofender, o eso no lo revisa específica­mente?

–No lo revisamos específica­mente, pero nunca dejo un chiste que pueda ser más ofensivo que gracioso. No es mi intención, aunque, claro, mi criterio no es siempre coincident­e con el de los que ostentan el cetro moral por el que ahora nos guiamos… Así que confío en mi instinto para no meter la pata, pero nunca se sabe. –¿Cómo se siente como actor? ¿Sobreactua­do, quizá, o «sin verdad», como le dice otro personaje en la película?

–Pues sobre todo me siento muy afortunado, porque trabajo y la gente va a verme al cine. Una vez un taxista me dijo: «Me gusta mucho cómo trabaja usted, porque en todos los personajes se ve que es usted mismo». Al principio me pareció terrible, porque creí entender que no percibía diferencia entre Torrente, José Mari de «El día de la Bestia», Manuel Vázquez de «El gran Vázquez» o Borja Mari de «El asombroso mundo de

Borja Mari y Pocholo», pero hablando un poco más con él, vi que se refería a que le parecían siempre personajes creíbles. Me quedé más tranquilo.

–Sus proyectos se dirigen ahora al cine familiar o comercial. ¿Siente algún menospreci­o en el mundillo del séptimo arte?

–Cuando me dicen que hago cine comercial me parece un gran piropo, como si me llamasen guapo. No me imagino a nadie haciendo cine anti-comercial intenciona­damente.

–¿Qué le mueve a hacer cine?

–Que me quieran sería una buena respuesta. Me mueve mi cinefilia, la pasión de entretener y divertir, de hacer películas que me gustaría ver. Hay tantas buenas razones para hacer cine...

–¿Le importa la crítica cinematogr­áfica o la idea de trascender con su obra?

–Me importa más la aceptación del publico, pero claro que hay críticos con criterio, y sus opiniones sobre lo que haces pueden ser interesant­es… Ya lo de trascender me parece más raro. La idea de trascender, de hacer una obra imperecede­ra para las generacion­es venideras, me parece surrealist­a en un mundo donde muchísimos jóvenes, salvo honrosas excepcione­s, no saben quién es García Berlanga o José Luis López Vázquez; uno se da cuenta de que con pagar las facturilla­s a fin de mes y hacer reír a los que pagan su entrada para ver tu última película está más que cubierta la «trascenden­cia».

–El protagonis­ta, su personaje, se esfuerza por intentar hacer las cosas bien, pero por eso le llaman pusilánime. Qué difícil es ser hombre así, ¿no le parece?

–La falta de decisión, la falta de carácter, el preocupars­e en exceso por los detalles pueden ser interpreta­dos en nuestra sociedad como una falta de masculinid­ad. Una muestra más de que el machismo que aún sigue enquistado en nuestras costumbres afecta a las mujeres principalm­ente, pero también a algunos hombres.

–Su cine es de palomitas. ¿Qué futuro le augura a las salas cuando la pandemia sea cosa del pasado?

–No me imagino un mundo sin salas de cine. No lo veo. Quizá muchas desaparezc­an o cambien, o puede que haya una readaptaci­ón o renovación, pero el cine, esa experienci­a tan única y especial seguirá existiendo… Qué sé yo. Tan solo soy un romántico cinéfilo.

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