Sánchez, el no amado
Pedro Sánchez intenta volver a empezar de cero sacrificando a su equipo de confianza. Se ha dado cuenta de que su futuro depende de sí mismo y que, a pesar de las encuestas, el PP sigue sin encontrar su hueco. Sánchez se ha agarrado a una operación de cirugía muy invasiva que evidencia varias circunstancias tanto personales como políticas. La remodelación de Gobierno que ha ejecutado pone de manifiesto un carácter frío y pragmático, pero también la necesidad de hacer algo ante el peor momento político que ha vivido desde que llegó a Moncloa.
No se trata solo de las encuestas ni de la salida de Iglesias que ha dejado al gobierno sin un punching que ofrecer a la oposición. Más bien, es una serie de errores estratégicos en cadena que han ido sumiendo a Sánchez en el descrédito. Zafándose de Redondo, Calvo y Ábalos, Sánchez envuelve en un paquete todos sus males para librarse de los errores. Lo que no quiere ver es que liderar significa ser responsable tanto de los aciertos como de los fallos.
A Sánchez le preocupa tener el control total y absoluto del partido. Primero se ocupó de cercenar el poder de los barones territoriales que se han convertido en delegados de Ferraz. Sin embargo, el peso autonómico dentro del PSOE ha sido sustituido por otros dos poderes autónomos: la calle Ferraz y Moncloa, esto es, Ábalos, Lastra y Redondo. Ya no habrá enfrentamiento entre Ferraz y Moncloa, porque ha decapitado a unos y otros. Sánchez no quiere pequeños ejércitos a su alrededor, solo quiere uno en torno a un único caudillo.
Maquiavelo reflexionó sobre si la mejor manera que tenía un Principe para mantener el poder en su dominio, era «ser amado o ser temido» por sus súbditos, para llegar a la conclusión de que era más efectivo lo segundo. Sánchez ha llegado a la misma convicción, pero más que temido es no amado.