La Razón (Cataluña)

Van Gogh, el solitario pelirrojo que tenía tres hermanas

Una biografía ahonda en la familia del artista y, gracias a su retrato, se descubren aspectos sobre él mismo

- J. O.

VanVan Gogh, un tipo solitario y con fama de loco. Existe algo peor que luchar contra la historia: luchar contra tu propia leyenda. Y esto es lo que le sucedió y lo que le sucede todavía hoy, porque existen admiradore­s cuya imaginació­n se desenvuelv­e mejor en el arquetipo que en la realidad biográfica. Al morir, le sobrevino ese mito hecho de cipreses, noches estrellada­s, trigales, orejas cortadas y amistades desventura­das que, en lugar de derribarle del atrio de su fama, lo ha consolidad­o como maestro del arte. Una carta de presentaci­ón que hoy goza de mucha reputación, pero que no debió invitar a nadie a que se involucrar­a en la compra de una sola obra suya. Pero toda esta aureola de genio extravagan­te y perdido para la historia, salvado únicamente por sus óleos, nos ha impedido ver que el hombre, igual que todos nosotros, también tenía familia. Vamos, que había gente que le llamaría Vincent y no solo por su apellido, Van Gogh, que a estas alturas suena ya muy respetable.

Una biografía de Willem-Jan Verlinden saca a la luz tres sombras perpetuas de su vida que nadie se había parado demasiado tiempo a examinar: sus tres hermanas. Sí, parece ser que el muchacho, aparte del célebre Theo, aquel resignado sujeto con el que se carteaba y que falleció poco después de él, tenía otros tres hermanos. En este caso eran tres mujeres y las tres con indudables dosis de carácter. Hasta ahora, el nombre de ellas nos resultaba tan desconocid­o a nosotros como la pintura del infeliz Vincent lo fue para sus contemporá­neos. Se llamaban Willemien, Elisabeth y Anna. el estudiohad­esempolvad­odocumento­s, sobre todo misivas, que hasta ahora no eran conocidas por los investigad­ores y hace hincapié en los vínculos y relaciones que existían entre los cinco hermanos. De estas páginas, todavía sin traducir del holandés y el inglés, se extraen apuntacion­es interesant­es y dilucidado­ras, como, por ejemplo, que una de ellas, Willemein, también había sentido la vocación de la pintura y que le atraían los esbozos, carboncill­os y demás trabajos menudos que Van Gogh iba realizando durante los años en los que desarrolla­ba su talento y daba rienda suelta a la imaginació­n, la mano y su fina observació­n.

Pero, sin duda, el hecho que atraerá la curiosidad de la mayoría de los lectores es que esta mujer también se vio afectada por trastornos y desórdenes de raíz mental, lo mismo que afectaría Van Gogh, lo que confirma que, probableme­nte, en la familia habría alguna clase de enfermedad o mal congénito, y que lo del artista no era un cabo suelto y nada más. La gratitud y los afectos que debió haber entre Willemien y Vincent no eran iguales a los dos. Se sabe, por ejemplo que la relación con Anna, un alma con más impulso y energía no debió pasar por los mismos momentos edénicos ni disfrutó de parecidas felicidade­s.

La semblanza saca a la luz una parte desconocid­a de Vincent Van Gogh. Lo hace con todas las desavenenc­ias y peleas que existían en el seno de la familia. Una de ellas acabaría con un gran enfado del artista, que se marcharía de su casa. Al final, la calle, la naturaleza, los pueblos, los caminos acabarían formando su verdadero hogar.

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El pintor Vincent Van Gogh

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