La Razón (Cataluña)

Los planetas que vagan por el espacio sin estrellas

No todos los planetas tienen la fortuna de orbitar alrededor de un cuerpo

- Jordi Pereyra - Barcelona

Una opción es que estos planetas interestel­ares se formaran directamen­te a partir del colapso de gas y polvo

En los últimos años se han detectado varios eventos que podrían indicar que la galaxia está llena de planetas que vagan por el espacio en solitario y sin orbitar ninguna estrella. Este dato nos puede resultar extraño porque nuestro sistema solar posee ocho planetas y la inmensa mayoría de los exoplaneta­s que hemos descubiert­o también dan vueltas alrededor de otros astros. Sin embargo, cada vez son más las evidencias que apuntan hacia la existencia de estos mundos fríos y sumidos en la más completa oscuridad.

Detectar un planeta que orbita alrededor de otra estrella es relativame­nte sencillo gracias a las interaccio­nes mutuas que se dan entre estos cuerpos celestes. Por ejemplo, los exoplaneta­s bloquean parte de la luz de sus astros cada que pasan por delante de ellos, así que, desde la Tierra, es posible deducir la presencia de mundos alrededor de una estrella a partir de los cambios de brillo que experiment­a de manera periódica. La masa de los exoplaneta­s también puede provocar sutiles anomalías en el movimiento de sus estrellas que se pueden detectar desde grandes distancias, y, en algunos casos, los telescopio­s más potentes del mundo pueden captar de manera directa la luz estelar reflejada por el exoplaneta.

Brillo disminuido

Ahora bien, en los últimos años se han detectado varias instancias en las que el brillo de una estrella ha disminuido de la manera que cabría esperar si fuese eclipsada por un planeta, pero no existen indicios de planetas dando vueltas a su alrededor. Adetir más, la magnitud de estos eclipses anómalos y el hecho de que no se repitan indica que nos encontramo­s ante un escenario distinto: la luz de estos astros no ha sido interrumpi­da por un planeta que da vueltas alrededor, sino por el paso casual de un mundo que deambula en solitario alrededor del centro de la galaxia.

Estos planetas interestel­ares tienen dos posibles orígenes. Algunos habrían nacido como planetas «corrientes» alrededor de otras estrellas y habrían sido expulsados al espacio interestel­ar a causa de sus interaccio­nes con otros cuerpos celestes de sus sistemas solares. De hecho, es probable que, durante su infancia, nuestro propio sistema solar perdiese algunos mundos de esta manera. La otra opción es que algunos planetas interestel­ares se formen directamen­te en el espacio a parvez

del colapso del gas y el polvo contenido en las densas nubes en las que se forman las estrellas. Encontrar estos planetas interestel­ares es difícil porque, al no emitir luz propia y estar alejados de cualquier estrella, ni reflejan luz visible y ni emiten una cantidad sustancial de radiación infrarroja. Aun así, se estima que el número de planetas interestel­ares que hay en nuestra galaxia podría ser hasta miles de veces superior al número de estrellas. Por suerte, las estrellas de la Vía Láctea están separadas por distancias tan inmensas que la probabilid­ad de que alguno de estos mundos se cruce con nuestro sistema solar son minúsculas.

Dado que los planetas interestel­ares no cuentan con una estrella que proporcion­e energía a su superficie, podría parecer que no existe ninguna posibilida­d de que este tipo de mundos fríos y oscuros puedan albergar vida. Sin embargo, existen otros mecanismos que podrían sostener ecosistema­s en estos mundos huérfanos de estrella. Uno de ellos es la radiación nuclear. Durante su formación, los planetas acaban incorporan­do grandes cantidades de isótopos altamente inestables (como el aluminio-26) cuya desintegra­ción radiactiva produce muchísimo calor. Y, aunque la mayor parte de este material «desaparece» en cuestión de millones de años, otros isótopos más longevos (como el uranio-238 y el torio-232) son capaces de mantener caliente el interior de un planeta durante miles de millones de años y conservar su actividad geológica a largo plazo. De hecho, aunque han pasado 4.600 millones de años desde que la Tierra se formó, los elementos radiactivo­s que contiene siguen generando la mitad del calor interno de nuestro planeta.

Por tanto, aunque la superficie de un planeta interestel­ar debería estar tremendame­nte fría, estos mundos podrían estar lo bastante activos como para poseer actividad volcánica y océanos subterráne­os. De ser así, el fondo de estos océanos ocultos podría llegar a albergar chimeneas hidroterma­les que expulsaría­n minerales y otras sustancias que unos hipotético­s organismos extraterre­stres serían capaces de usar como fuente de nutrientes y energía. Al fin y al cabo, este tipo de ecosistema­s no solo son una realidad en nuestro propio planeta, sino que se ha llegado a plantear que la vida terrícola pudo surgir alrededor de estas chimeneas submarinas.

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Recreación artística de un planeta interestel­ar

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