La Razón (Cataluña)

Él no se sacrifica por no pasar del chuletón a la hambuguesa vegana

- Jesús Amilibia

En los días de la Transición, cuando los dinosaurio­s poblaban la Tierra, se estilaba pedir en los restaurant­es un Adolfo

Suárez. Ante la cara de extrañeza del camarero, llegaba la aclaración: «Un chuletón de Ávila poco hecho». Esa era la gracia. Ahora, Él confiesa contra Alberto

Garzón que lo suyo es el chuletón al punto. Imbatible, añadió. Algunos querrán ver en esta declaració­n carnívora una obviedad: lógico que el mayor chuleta del Reino sea partidario del chuletón. Faltaría más. Uno esperaba que en su aparición monclovita para anunciar los cambios ministeria­les, Él dijera algo así: «Y no me sacrifico a mí mismo porque no puedo pasar del chuletón a la hamburgues­a vegana». Pero desde el fondo del barranco de los caídos aún se podía oír la voz de

Iván Redondo: «Gracietas, no, presi, que te pierdes». El caso es que Garzón sigue ahí y nuestra guerra de la carne, precedida de la guerra de las salchichas en el Reino Unido, seguirá por un rato, me imagino. Aquí, como en el caso de las salchichas, también se trata de demostrar quién la tiene más larga: Él deja claro que nadie, y mucho menos los medios no afines, le cambia los ministros por mucho que éstos metan la pata de buey o larguen cual pedo de vaca. Ojo, después de la remodelaci­ón del Ejecutivo va a por la Ley de Seguridad Nacional para asegurarse a sí mismo, la mejor inversión que puede hacer un presidente en tiempos turbulento­s: a falta de Estado de Alarma nada como la barbacoa del poder absoluto. La cara de Garzón en «Al rojo vivo» cuando Él soltó lo del chuletón recordaba a la cara que debió poner Jimmy Carter cuando su madre, Lillian Carter, confesó a la Prensa: «A veces miro a Jimmy y me digo a mí misma: «Lillian, deberías haber permanecid­o virgen». No abundan aquí las madres tan sinceras. No creo que haya ninguna capaz de confesar en un arrebato de ironía y franqueza: «Hijo, antes de que te nombraran ministro (vale para cualquier otro cargo) sólo sabíamos en casa que eras tonto; ahora lo sabe todo el mundo». Ale hop, ha llegado el momento de poner toda la carne en el asador: dieta paleolític­a de Pedro Picapiedra durante treinta meses.

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