«YO NO COMO CARNE»
YlaYla mayoría de los cubanos tampoco. Con esto le vengo a decir, señora ministra, que uno está en su derecho de rechazar la carne, pero siempre que sea una decisión libremente tomada. Porque, más allá de consideraciones personales, aquí, lo que está realmente en juego es la libertad. Se puede limitar el consumo de carne de los ciudadanos a la cubana, es decir, desde la ineficiencia de un estado comunista, incapaz de asegurar la alimentación de su propio pueblo, o se puede hacer a la noreuropea, a base de subir los impuestos de ciertos productos, hasta convertirlos en prohibitivos para la mayoría de los consumidores y, eso sí, todo envuelto en esa moralina progre, que ha sustituido el ardor de los Torquemada, y que me perdone en gran inquisidor. Basta con poner el kilo de filetes a 150 euros, gravados como si fueran cigarrillos o kilovatios/hora, para que el personal cambie apresuradamente de dieta y se apunte al picadillo de soja. Y si se protesta, se ponen unas fotos de osos polares, se explica que el mundo se acaba y se enseña a los niños en los colegios lo malvado que puede llegar a ser el progenitor no gestante, con su cervecita y sus torreznos. Y si el personal insiste, que los hay muy fanáticos de lo suyo, libertinaje que no libertad, pues se le llama fascista, genocida climático o cualquier otra lindeza y a correr. Lo van a hacer con la movilidad individual, que es el derecho a huir en tu coche de tanto político nefasto. Y lo van a hacer a base de crujir a impuestos a la gente. Pues igual con la carne. Qué apostamos.