Misas en latín
La Constitución sobre la Sagrada Liturgia (la «Sacrosanctum Concilium») fue el primer documento aprobado por el Vaticano II. Era el 4 de diciembre de 1963. Años después entraba en vigor la reforma litúrgica que transformó las celebraciones eucarísticas introduciendo, entre otros cambios, usar las lenguas vernáculas en vez del latín. Siempre recuerdo el chiste de Mingote: dos viejecitas asisten a la misa celebrada por un joven sacerdote y cuando les saluda con «El Señor esté con vosotros», una de ellas le dice a la otra: «Esto quiere decir ‘Dominus vobiscum’». Entonces se cometieron graves errores en la preparación y aceptación de la reforma hiriendo sin necesidad legítimas sensibilidades religiosas en las personas mayores. Este rechazo a la nueva liturgia fue el primer pretexto para que Lefebvre justificara su rebelión a la autoridad papal al borde del cisma.
Juan Pablo II y sobre todo Benedicto XVI consintieron que se pudiese volver a celebrar la misa con los textos aprobados por san Juan XXIII antes del Concilio; para entendernos, la misa tridentina en latín. Un fenómeno que, en algunos países (no tanto en España) ha ido tomando proporciones alarmantes porque se niega la validez de los textos conciliares y pone en duda la autoridad del Concilio.
Francisco acaba de publicar un decreto poniendo las cosas en su sitio: «Todas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres, no conformes con lo dispuesto en este decreto, quedan abrogadas». En realidad, Francisco no prohíbe las misas según el rito de San Pío V, pero restringe su uso e impone severas condiciones para evitar derivas secesionistas.
Última aclaración: el latín nunca ha sido prohibido ni desterrado en la iglesia; cualquier sacerdote puede celebrar la misa en latín cuando lo juzgue necesario o conveniente, pero dentro del orden establecido.