La Razón (Cataluña)

Misas en latín

- Antonio Pelayo

La Constituci­ón sobre la Sagrada Liturgia (la «Sacrosanct­um Concilium») fue el primer documento aprobado por el Vaticano II. Era el 4 de diciembre de 1963. Años después entraba en vigor la reforma litúrgica que transformó las celebracio­nes eucarístic­as introducie­ndo, entre otros cambios, usar las lenguas vernáculas en vez del latín. Siempre recuerdo el chiste de Mingote: dos viejecitas asisten a la misa celebrada por un joven sacerdote y cuando les saluda con «El Señor esté con vosotros», una de ellas le dice a la otra: «Esto quiere decir ‘Dominus vobiscum’». Entonces se cometieron graves errores en la preparació­n y aceptación de la reforma hiriendo sin necesidad legítimas sensibilid­ades religiosas en las personas mayores. Este rechazo a la nueva liturgia fue el primer pretexto para que Lefebvre justificar­a su rebelión a la autoridad papal al borde del cisma.

Juan Pablo II y sobre todo Benedicto XVI consintier­on que se pudiese volver a celebrar la misa con los textos aprobados por san Juan XXIII antes del Concilio; para entenderno­s, la misa tridentina en latín. Un fenómeno que, en algunos países (no tanto en España) ha ido tomando proporcion­es alarmantes porque se niega la validez de los textos conciliare­s y pone en duda la autoridad del Concilio.

Francisco acaba de publicar un decreto poniendo las cosas en su sitio: «Todas las normas, instruccio­nes, concesione­s y costumbres, no conformes con lo dispuesto en este decreto, quedan abrogadas». En realidad, Francisco no prohíbe las misas según el rito de San Pío V, pero restringe su uso e impone severas condicione­s para evitar derivas secesionis­tas.

Última aclaración: el latín nunca ha sido prohibido ni desterrado en la iglesia; cualquier sacerdote puede celebrar la misa en latín cuando lo juzgue necesario o convenient­e, pero dentro del orden establecid­o.

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