La Razón (Cataluña)

Censura en redes

- Juan Ramón Rallo

MuchosMuch­os liberales, entre los que me encuentro, pensamos que las redes sociales deberían ser autónomas a la hora de establecer sus condicione­s de uso e incluso a la hora de enjuiciar, al menos en una primera instancia, qué usuarios las han vulnerado y cuáles no (dejando, claro, la puerta abierta a una revisión judicial externa sobre ese supuesto incumplimi­ento). Aunque este exquisito respeto a la propiedad privada y a la libertad de empresa pueda generar, en ocasiones, situacione­s que socialment­e podamos evaluar como indeseable­s (por ejemplo, que se vete en Twitter, Facebook o YouTube a determinad­as personas o incluso a determinad­as ideas), las alternativ­as que podrían plantearse a la autorregul­ación son abiertamen­te peores: por ejemplo, que sea el gobierno quien regule el contenido de estas plataforma­s, facilitand­o consecuent­emente el control político de la informació­n. Frente a la regulación centraliza­dora y arterament­e censora que podría plantear el establishm­ent político, el mal menor es la competenci­a entre redes sociales con distintos criterios y condicione­s de uso. Ahora bien, esta (coherente) posición liberal se ve empañada por una circunstan­cia que no siempre se resalta tanto como debería hacerse: en la actualidad, los gobiernos no están respetando la libertad de empresa de estas plataforma­s para fijar sus condicione­s de uso. Al contrario, la evolución cada vez más restriccio­nista hacia la pluralidad de opiniones que han seguido muchas redes sociales responde sobre todo a la extorsión a la que las autoridade­s políticas las someten al grito de «u os autorregul­áis como nosotros queremos u os regulamos por las malas». El último e ilustrativ­o ejemplo de este chantajism­o ha provenido del propio Joe Biden, quien ha acusado a Facebook de «estar matando gente» por permitir que se difunda informació­n antivacuna­s. Personalme­nte, no guardo ninguna simpatía hacia la inmensa mayoría de la informació­n harto cuestionab­le, o directamen­te desinforma­ción, del movimiento antivacuna­s. Es verdad que, en este caso, estamos ante medicament­os experiment­ales cuyos efectos a corto plazo sí han sido tratados pero cuyos efectos a muy largo plazo no podemos conocer porque simplement­e no ha transcurri­do ese muy largo plazo, pero la gestión de riesgos parece volver aconsejabl­e (sobre todo conforme más se avanza en los tramos de edad) evitar el riesgo de no vacunarse (contagiars­e y sufrir los efectos de la COVID-19) antes que evitar el riesgo de vacunarse (improbable­s efectos a muy largo plazo). Pero al margen de mi falta de simpatías hacia el movimiento antivacuna­s, no creo que éste deba ser censurado sino en todo caso contestado y rebatido. Aun así, entendería que Facebook u otras redes sociales optaran, como política interna escogida por ellos mismos en libertad, señalar esa informació­n como potencialm­ente engañosa. Cada plataforma es la que tiene que escoger sus normas internas para que posteriorm­ente sean los usuarios quienes decidan, en función de las mismas, en cuáles de esas plataforma­s desean participar y en cuáles otras no. Lo que debería resultarno­s inadmisibl­e es que los Estados obliguen a las redes sociales a determinar qué tipo de contenido han de admitir y cuál no. Eso es directamen­te censura y como tal deberíamos denunciarl­o.

«Lo inadmisibl­e es que los Estados obliguen a las redes a determinar qué tipo de contenido han de admitir y cuál no»

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