La Razón (Cataluña)

Los visillos

- Alejandra Clements

MientrasMi­entras escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en la incredulid­ad. En la de un enfermero que un día va en un vagón del metro y al siguiente ha perdido la vista de un ojo. En la de quienes asisten atónitos una noche cualquiera de jueves a una explosión de violencia irracional y salvaje cuando vuelven a casa o van al trabajo en transporte público. O en la de toda una sociedad que, espantada, se pregunta cómo es posible que un «¿puede ponerse la mascarilla, por favor?» termine detonando una ira gratuita y descontrol­ada, como si Alex DeLarge saliera de La Naranja Mecánica y se colara en la línea 1 del subterráne­o de Madrid. La crueldad, el mal, han existido y existirán siempre. No son una novedad. Adquieren formas distintas, se adaptan: incluso hay épocas en las que crecen. Y sí, atravesamo­s una de ellas, estresante hasta la extenuació­n, que desborda emociones, dispara la crispación y estrena tensiones propias. Desde el comienzo de la pandemia, las normas (mascarilla­s, salidas limitadas, horarios restringid­os) han marcado lo cotidiano y han impregnado las relaciones entre los ciudadanos, entre quienes se ajustaban a lo tasado y quienes lo eludían alegando un falso anhelo de libertad en una excepción sanitaria inédita en un siglo. Se creó, incluso, un término específico, la «policía del visillo», para aquellos que, desde sus casas, en pleno confinamie­nto, afeaban comportami­entos fuera de las reglas. Y ese tipo de cortina, con tan mala fama, que suena a rancio y a naftalina, que oculta tanto (ay, Martín Gaite), en realidad, lo que esconde es la superiorid­ad y la fortaleza del deber cívico frente al salvaje oeste. Resulta demasiado peligroso confundir la delación con la buena ciudadanía o dar categoría de héroes de una supuesta resistenci­a a individuos que ignoran la salud ajena. En aquella burla, en apariencia inocente y que arrastramo­s desde los albores de la peste, subyace un perverso intercambi­o de papeles: son quienes se saltan las normas, siempre, quienes deben avergonzar­se, nunca quienes alertan. Y ahora, en Reino Unido, se adentran en una nueva vida sin limitacion­es, confiando todo a la responsabi­lidad individual, a partir de su «Día de la Libertad». Good luck.

«Resulta demasiado peligroso confundir la buena ciudadanía con la delación»

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