La Razón (Cataluña)

EL PADRE DE LA NEUROCIENC­IA ERA ESPAÑOL Y REVOLUCION­ARIO

SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL HA SIDO UNO DE LOS MAYORES CIENTÍFICO­S DE TODOS LOS TIEMPOS FUERA Y DENTRO DE NUESTRO PAÍS. SU TRABAJO SENTÓ LAS BASES DEL ESTUDIO DEL CEREBRO TAL Y COMO ACTUALMENT­E LO CONOCEMOS

- Ignacio Crespo -

ExisteExis­te un truco infalible para identifica­r a todos los premios Nobel ganados por nuestro país en una disciplina científica. Imaginemos que nos den un nombre y nos preguntan si por algún casual se trata de uno de los laureados. Todo lo que debemos preguntarn­os es lo siguiente: ¿es ese nombre Santiago Ramón y Cajal? Si la respuesta es afirmativa podremos responder tranquilam­ente que sí, que es uno de los premiados. Si, por el contrario, se llamara de cualquier otro modo, la respuesta sería igual de segura: no, jamás ha ganado un Nobel. Cierto es que Severo Ochoa obtuvo uno de Medicina o Fisiología en 1956, pero por muchas raíces asturianas que tuviera, en 1956, tres años antes del galardón, se había nacionaliz­ado en Estados Unidos, que es donde trabajaba cuando descubrió lo suyo y por lo que ganó el Nobel. Si somos justos, pues, hay que reconocer que tenemos un único y solitario Nobel de ciencia, ni más ni menos. Sin embargo, ese solitario premio no es uno cualquiera. Era 1906 y Cajal estaba a punto de subir al escenario para dar su discurso, aunque no lo haría en solitario. Junto a él subiría el otro galardonad­o que, casualment­e, resultaba ser su archienemi­go académico: Camilo Golgi. Ambos se encontraba­n en extremos opuestos en cuanto a lo que el estudio del cerebro se refiere y Golgi no se cortó ni un pelo durante su discurso, ya que expresó todo su desprecio hacia el español. Tiempo después descubrimo­s que era Cajal quien estaba en lo cierto y, precisamen­te por eso, sus investigac­iones se consideran la base de la mayoría de las disciplina­s que estudian el cerebro: las neurocienc­ias. Lo que Cajal había conseguido era revolucion­ario: planteó que nuestros sesos estaban compuestos por pequeñas células que se conectaban formando circuitos. Gracias a ello el estudio del cerebro dio un salto único en su historia y este es el porqué.

Retículo o neurona

Desde la época clásica teníamos claras un par de cosas. Por un lado, ya rondaba la hipótesis cerebrocén­trica, afirmando que el cerebro era el órgano de las emociones, el pensamient­o, etc. Por otro, se sabía que esos cordones blanquecin­os que atravesaba­n el cuerpo remontaban carne arriba hasta la médula espinal, conectándo­se con el cerebro a través del tronco del encéfalo. Con estas dos claves podemos empezar a estudiar el sistema nervioso, pero no de cualquier forma. Las dos aproximaci­ones más relevantes que podían derivarse de este conocimien­to eran o bien su estudio anatómico a gran escala, o bien sus propiedade­s físicas. Con el primero se llenaron infinidad de atlas, cargados de cartografí­as de sus valles y montañas, sus cisuras y sus giros, que así se llamaron. El segundo abre el camino a la electrofis­iología que permitió a Luigi Galvani determinar que nuestro sistema nervioso emplea corrientes eléctricas para transmitir informació­n. Y eso fue lo que despertó la polémica. Antes del trabajo de Cajal, la hipótesis más extendida decía que el cerebro estaba formado por una especie de red continua y que, por lo tanto, la electricid­ad lo recorría en todas las direccione­s cada vez que se estimulaba. Esta era, a grandes rasgos, la explicació­n que sostenía Camilo Golgi. Sin embargo, Cajal intuyó que ese caos eléctrico habría sido muy conflictiv­o y que, posiblemen­te, existieran zonas discontinu­as en esa red que controlara­n hacia dónde avanzaba la corriente. Para comprobarl­o tomó una técnica que su enemigo había mejorado a partir de la tinción argéntica: la tinción de Golgi. Cajal descubrió que esta no coloreaba toda la supuesta red por igual, dejando zonas limpias, y tomó esto como prueba de que no se trataba de una estructura estructura perfectame­nte continua. Así nació la neurona.Cajal sabía que aquello era importante, así que, a pesar de su juventud académica, tomó un puñado de buenas muestras y las llevó consigo a un congreso que se celebraba en Alemania. Era 1889 y a sus 37 años el buen doctor no dominaba los menores rudimentos de alemán. Sin embargo, esto no le detuvo, porque a buen entendedor pocas palabras bastan. Su infalible estrategia consistía en tomar de la pechera a los eruditos asistentes al congreso y, valiéndose de mímica, hacerles mirar por su microscopi­o. Contra todo pronóstico, aquel abordaje dio resultado y consiguió captar la atención de uno de los histólogos más importante­s de Europa: Albert von Kölliker. Con su respaldo, el español pudo populariza­r su descubrimi­ento, y el haber encontrado esas estructura­s individual­es que partían la red fue la semilla que la ciencia necesitaba para germinar como una nueva revolución. Habíamos descubiert­o las neuronas y de ellas derivaría todo lo neuro que ahora conocemos: la neurología, la neurocienc­ia, etcétera. Esas células fueron bautizadas por el propio Cajal, así que, a partir de ahora, siempre que escuchemos el prefijo «neuro» hemos de recordar que tuvo su origen en nuestro país, en un pequeño pueblo navarro llamado Petilla de Aragón.

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Ramón y Cajal intuyó que había zonas ciertament­e discontinu­as en la red continua que conformaba el cerebro
Cajal procedía de Petilla de Aragón, un pueblo navarro Ramón y Cajal intuyó que había zonas ciertament­e discontinu­as en la red continua que conformaba el cerebro
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