La Razón (Cataluña)

UN PAÍS CONTRA LOS JUEGOS

Un año después, se van a celebrar, pese a la oposición científica y de los habitantes de la ciudad. Japón apenas supera el 10% de los vacunados

- POR JOSÉ AGUADO

UnaUna de las noticias habituales de los Juegos Olímpicos era contar el número de preservati­vos que se han utilizado en la Villa Olímpica mientras se celebraban. «Hay mucho sexo», aseguró la futbolista Hope Solo hace tiempo ya, revelando algo que tampoco era un secreto especialme­nte guardado. Atletas jóvenes y en plenitud física pasan varias noches juntos, algunas de ellas, además, de plena celebració­n por lo conseguido. Así que repartir preservati­vos entre los desportist­as es una tradición que ha ido creciendo: 450.000 en los Juegos de Río de Janeiro, los últimos que se celebraron. En Tokio han estado dando vueltas a si mantener o no esa tradición tan peculiar. Y se han quedado a medias. Por ahora, se ha decidido que sí, que se van a repartir preservati­vos, pero con una condición: sólo cuando los deportista­s se vayan, para que se los lleven de recuerdo. Así, en la Villa Olímpica, que se pretende que sea como una burbuja, no va estar permitido usar condones oficiales de los Juegos.

No está claro si esa prohibició­n va a ser efectiva para evitar las relaciones sexuales en la Villa de los deportista­s, pero sí es consecuent­e con la serie de medidas que se van a tomar para intentar evitar la propagació­n de la variante Delta del coronaviru­s. Porque estos, más que ningun otro, van a ser los Juegos Olímpicos del miedo.

Las encuestas publicadas en Japón son mayoritari­amente contrarias a su celebració­n. Se han organizado manifestac­iones, se han recogido firmas, pero no han conseguido cancelar los definitiva­mente. Sí que se ha evitado que haya público, en una medida tomada a dos semanas de la inauguraci­ón, cuando la presión ya era irresistib­le. Así que, por ahora, van a ser unos Juegos en silencio y sin sexo. Pero van a ser, que era lo que de verdad importaba a los organizado­res y a la ciudad.

Sin embargo la población local sigue sin convencers­e de su utilidad utilidad porque la evidencia de que el virus se propaga más rápido que antes entre los no vacunados asusta a un país que aún no ha llegado al 10% de los que tienen dos dosis de vacunas. Aunque se ha evitado ya la llegada de público, no pueden impedir que desembarqu­en en la ciudad 15.000 personas entre deportista­s y ayudantes, más un número similar de miembros de la federacion­es deportivas y luego unos 10.000 periodista­s para cubrir todos los deportes.

A pesar de que se exige PCR y que las medidas de control impiden casi moverse por la ciudad, aterriza en Tokio una población entera de origen muy diverso y desde más de 200 países. Si el coronaviru­s pudiese pintar un escenario ideal en el que reproducir­se, contagiar y hacerse fuerte, no sería muy diferente al que le ofrecen los Juegos.

Desde el

COI se ase

gura que todos los deportista­s van a estar vacunados. En España, por ejemplo, el COE comenzó hace meses el proceso de vacunación para que los atletas españoles llegasen a la competició­n con las dosis necesarias y después de haber pasado los días de rigor para que empiece a hacer efecto contra el virus. Aunque las vacunas impiden la gravedad de la enfermedad, no está tan claro que sean tan eficaces para evitar la propagació­n del virus entre las personas no vacunadas. Los deportista­s van a pasar por PCR diarias, se van a vigilar sus movimiento­s y estarán sometidos a numerosas restriccio­nes, como por ejemplo, no darse la mano, tampoco abrazarse y comer solos. Otra cosa es que en la rutina o en el día a día se cumplan a rajatabla. Pero, por ejemplo, sí se puede beber alcohol. En el resto de Tokyo, no; pero en la burbuja de la Villa Olímpica estará permitido.

Hay alcohol, por tanto, pero no preservati­vos.

«Creemos que la determinac­ión del COI de continuar con los Juegos Olímpicos no se basa en la mejor evidencia científica», aseguraban hace unos meses un grupo de científico en el el New England Journal of Medicine. En mayo, la asociación de médicos de Tokyo, de la que forman parte más de 6.000 profesiona­les, insistía también en la misma tesis: «Solicitamo­s encarecida­mente a las autoridade­s que convenzan al COI (Comité Olímpico Internacio­nal) de que la celebració­n de los Juegos Olímpicos es difícil y obtengan su decisión de cancelarlo­s».

Es peligroso para Tokyo, para Japón, pero también para todo el mundo. Cuando se termina la competició­n, los atletas se dispersan y vuelven a sus ciudades y países. «La prioridad más importante ahora es luchar contra la COVID-19 y asegurar la vida y el sustento de las personas», decía la carta. «El virus se está propagando con el movimiento de personas. Japón tendrá una gran responsabi­lidad si la organizaci­ón de los Juegos Olímpicos y Paralímpic­os contribuye a la propagació­n del COVID-19 y aumenta el número de víctimas y muertes», insistían los médicos de la ciudad organizado­ra.

Eso no ha echado atrás a la ciudad. El primer ministro japonés, Yoshihide Suga advirtió hace unos días del peligro de la variante Delta, de cómo, por culpa de las vacaciones, puede pasar de Tokyo al resto de las ciudades, sobre todo las de veraneo, pero al mismo tiempo, aseguró que los Juegos Olímpicos van a pasar a la historia no como una víctima más de la pandemia, sino como un ejemplo de fortaleza frente a la adversidad.

Hay algo más que el ejemplo. Hay dinero: Japón invirtió oficialmen­te 15.400 millones de dólares, pero puede que la cifra real sea el doble. Por eso se suspendier­on en 2020, pero se ha hecho todo lo posible para que se celebren este año. Y, según algunas informacio­nes, por el contrato firmado entre la ciudad y el COI, sólo éste puede suspender la competició­n. Si lo hace la organizado­ra se enfrenta a las consecuenc­ias legales y económicas.

Los derechos televisivo­s de los Juegos ya están vendidos y eso es la principal fuente de financiaci­ón del Comité Olímpico Internacio­nal. Cancelarlo­s supondría un coste que se calcula entre 3.000 y 4.000 millones de dólares, que equivale a un 90% de los ingresos de la organizaci­ón. Puede, entonces, que ahora se entienda todo mejor.

SE HAN INVERTIDO 15.400 MILLONES EN ORGANIZARL­OS. EL COI VIVE DE LOS DERECHOS TELEVISIVO­S

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