La Razón (Cataluña)

Lo verde también tiene un precio

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TeresaTere­sa Ribera, vicepresid­enta tercera para la Transición Ecológica, entendió desde que fue nombrada por Sánchez que su misión en el Gobierno era ser más verde que nadie y también ir lo más allá posible. Su entusiasmo, respaldado a menudo por el presidente, llegó a tales extremos que algunos compañeros de Gabinete llegaron a preocupars­e porque, a su juicio, la «vice» quizá iba demasiado deprisa en su cruzada ecológico-verde. Nadie discutía los objetivos, pero sí los «tempos» que, sobre todo en política, son decisivos. Las políticas verdes dan votos entre el electorado de izquierdas y el más joven, pero si van acompañada­s de subidas descomunal­es de precios de ciertas energías pueden llegar a ser contraprod­ucentes. El ejemplo perfecto es el precio de la luz, disparado por una especie de conjunción astral que ha puesto todo en contra del consumidor final y que ha podido ser agravada por algunas decisiones del Gobierno –como la entrada en vigor de la nueva tarifa por tramos horarios– que se habría dejado llevar por su entusiasmo ecológico-verde.

Ayer, el mercado eléctrico dio un respiro, pero los precios volverán a batir récords y estarán por las nubes bastante tiempo. El verano ya es difícil, pero el invierno pinta complicado porque Enagás ha advertido de que el almacenami­ento subterráne­o de Marismas –propiedad de Naturgy– no podrá funcionar a pleno rendimient­o este año. Significa que el gas será también más caro y el precio se repercutir­á en el recibo de la luz. El asunto es enrevesado. El objetivo de fomentar las energías limpias va unido a la penalizaci­ón por la utilizació­n de combustibl­es fósiles que generan el dañino CO2. Como no hay suficiente producción «verde» hay que completarl­a con la que genera CO2, que lo encarece todo. Sí, además, los chinos han empezado a acaparar gas para el invierno, la factura sube todavía más. Un futuro en que domine la energía verde es un sueño general, negacionis­tas al margen. El problema es que ese mundo verde tiene un precio y todavía es caro y quizá haya quien no pueda o no quiera pagarlo. El Gobierno tiene un lío.

«El entusiasmo por lo verde es bastante general, pero tiene un precio y es caro»

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