Un espía en el bolsillo
Periodistas, activistas, políticos e incluso reyes y presidentes. Nadie ha quedado al margen del espionaje del software Pegasus. Sabemos que todos somos vulnerables, pero parece que no somos realmente conscientes hasta que se destapa un escándalo de estas dimensiones. Tener acceso a nuestro teléfono supone acceder a nuestros documentos, fotografías, vídeos, emails, mensajes... Pero también permite convertir nuestro teléfono en un dispositivo de escucha y grabación permanente, un espía en nuestro bolsillo que retransmite intimidad. Y no solamente la nuestra, sino también la de nuestros familiares, amigos y conocidos. Para acceder a la información del columnista saudí Jamal Khashoggi, no dudaron en infectar con Pegasus los teléfonos de su mujer y otros familiares. De manera similar, el teléfono del periodista Ignacio Cembrero habría sido infectado para acceder acceder a sus fuentes, a opositores marroquíes y altos funcionarios de la seguridad del Estado que había registrado en su agenda. En un mundo interconectado, una vez infectado un teléfono es prácticamente imposible poner límites al alcance del contagio.
Recordemos el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica. Aunque solo 270.000 personas descargaron su app, gracias a las conexiones entre contactos en redes sociales consiguieron acceder a los datos de más de 87 millones de usuarios. Sencillamente, no podemos poner puertas a nuestro ciberespacio. Por ello no debemos entender la privacidad como un reto individual, sino colectivo. No podemos protegernos de forma aislada. Al igual que ocurre con el cambio climático, no basta con tomar medidas personales y promover acciones localizadas si el resto del mundo no nos acompaña. Si no fomentamos cambios regulatorios a nivel global, difícilmente podremos protegernos de aquellos que pretenden violar nuestra privacidad al margen de la ley.