La Razón (Cataluña)

ESTE VERANO CRUZAMOS EL MISISIPI CON MARK TWAIN

Se publica un precioso volumen lleno de ilustracio­nes con todos los textos que Twain dedicó al río Misisipi, sin duda, un referente continuo a lo largo de su obra

- Toni MONTESINOS

ComoComo pasa en casi todas las obras que cuentan con un protagonis­ta adolescent­e, una novela como «Las aventuras de Tom Sawyer» ha sufrido la etiqueta de «juvenil». Ello pese al deseo explícito de su autor, en el prefacio a la primera edición del libro, en 1876, de que «no por eso lo desprecien hombres y mujeres adultos, pues parte de mi plan ha sido tratar de recordar agradablem­ente a éstos los que fueron ellos mismos en tiempos», advierte. Sea como fuere, con Samuel Laughorne Clemens, o, mejor dicho, con Mark Twain, seudónimo tomado de la expresión «¡dos brazas!», que servía para indicar a los barcos que el río por el que navegaban era lo bastante profundo, nace, como dijo Ernest Hemingway, la novela norteameri­cana moderna.

Y lo hace con las andanzas de una serie de chiquillos que, bordeando el río Misisipi, desoyen las normas de los mayores para vivir aventuras de todo tipo: inocentes y arriesgada­s, divertidas y dramáticas y, según la confesión del propio Twain, verdaderas, pues serían sus propios recuerdos la base para la escritura de la obra. Su fascinació­n por el río –en realidad, el verdadero protagonis­ta de toda su literatura, el testigo inmóvil y a la vez cambiante de la vida ciudadana y campesina– con sus elegantes barcos –el autor fue piloto de un vapor antes de incorporar­se como soldado confederad­o a la guerra de Secesión–, Tom, el hijo del borracho del pueblo de Hannibal donde vivía Twain de pequeño, la observació­n de la miseria y el miedo de los negros...

Juventud y retorno al río

Pero no hay mejor ocasión para captar esa sintonía con este río del centro de Estados Unidos que fluye en dirección sur a través de diez estados –de Minesota a Luisiana, hasta desaguar en el golfo de México– que adentrarse en el maravillos­o «La vida en el Misipipi» (traducción de Susana Carral). Un libro en el que todo converge, la historia y los datos, las anécdotas y leyendas del río, más los recuerdos propios, para darnos una visión completísi­ma de un lugar ya mítico que descubrió el español Hernando de Soto en 1541; un colonizado­r éste al que homenajea Twain entre un sinfín de asuntos de tinte informativ­o y narrativo, que tan fantástica­mente quedó ilustrado mediante el arte, en forma de cientos de grabados, pertenecie­ntes a la primera edición norteameri­cana, realizados por Edmund H.

Garrett, John Harley y A. Burnham Shute.

Ya en el breve prólogo de la traductora y el editor, Jesús Egido, inevitable­mente se alude a la invención del sobrenombr­e de Mark Twain, que aparece por cierto explicada por el mismo autor en la página 445. Y es que Twain recorre el río en paralelo a su memoria, con asuntos relativos a su juventud y cómo tras más de veinte años alejado de

«EL NARRADOR, CON SU GRAN FORMACIÓN PERIODÍSTI­CA

Y VIAJERA, SE CONVIERTE EN CRONISTA

DE LA REALIDAD»

esas aguas regresó al río en el tiempo en que el protagonis­mo de los transporte­s lo tenía el ferrocarri­l: atrás quedaba el río que había presenciad­o la Guerra de Secesión y un racismo extremo cuyo efecto «había convertido al estado de Misisipi en el quinto más rico del país, una riqueza blanca, la del algodón, forjada con el sudor y la sangre de los esclavos». Tras aquello, se convirtió en lo que aún es: el estado norteameri­cano con peor renta per cápita, como ya Twain vislumbró.

En este sentido, resulta interesant­ísimo como el narrador, con su gran formación periodísti­ca y viajera, se convierte en cronista de la realidad de la gente del lugar, como cuando habla de cómo «hasta ahora el problema ha sido –y cito los comentario­s de los dueños de las plantacion­es y de los tripulante­s de los vapores– que los plantadore­s, aunque poseen la tierra, no tienen efectivo y se ven obligados a hipotecar tanto la tierra como la cosecha para poder seguir adelante». En definitiva, y ya lo dice nada más comenzar: «Merece la pena leer sobre el Misisipi. No se trata de un río común y corriente, sino todo lo contrario: resulta excepciona­l se mire como se mire». Y bien recomendab­le es esta joya, en la que se asoman detalles de la labor literaria que estaba llevando Twain, como cuando anuncia la escritura de «Las aventuras de Huckleberr­y Finn», que vería la luz en 1884, un año después de que este trayecto inmenso por el caudal del Misisipi viera la luz.

«Continuamo­s deslizándo­nos río abajo con la intimidad de siempre, al no ver casi ningún vapor ni ninguna otra cosa que se moviese. El paisaje es el mismo: extensión tras extensión de un bosque casi nunca discontinu­o a ambos lados del río, con su silenciosa soledad», dice en el capítulo XXXIII. Apenas hay aquí y allá unas cabañas en medio de pequeños claros, en las orillas grises, sin hierbas, dice. Es la grandeza del entorno y la naturaleza, de la vida palpitante, del río siempre antiguo y siempre nuevo.

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Edmund H. Garrett, John Harley y A. Burnham Shute firman las ilustracio­nes
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