La Razón (Cataluña)

Abanderado, sí, pero con taparrabos

- Lucas Haurie

Abanderado, quitémonos las caretas, es una marca de calzoncill­os cuyo nombre comercial adquiría cada cuatro años una efímera polisemia hasta que ayer, por mor de la igualdad de género, la palabra se transformó en un plural asaz inexplicab­le. «Los hombres usan Abanderado porque las mujeres compran Abanderado», rezaba el anuncio de estos gayumbos en un alarde de incorrecci­ón política de tal calibre, que es deseable que el creativo publicitar­io que lo ideó se haya mudado al patio de los calladitos. De lo contrario, le harán la vida imposible. En España, para variar, la elección de los portadores de la enseña rojigualda –acertadísi­ma al final– no se libró del debate ordenancis­ta.

El palmarés de Mireia Belmonte y de Saúl Craviotto es apabullant­e. No necesitaba, por tanto, el respaldo de una intrincada normativa para justificar su condición, pero he aquí una utopía en el país que jamás deja pasar una ocasión para montar una polémica. El criterio de las medallas es injusto porque primará siempre al deportista de disciplina­s múltiples y privará en el futuro del honor de ser abanderado a gente tan indiscutib­le como Estiarte, Gasol o Nadal, por citar sólo a tres luminarias que han encabezado el desfile español. La discusión se mantiene desde hace medio siglo, cuando Juan Carlos de Borbón no llevó la bandera en la inauguraci­ón de Múnich 72 para cederle el puesto a Paco Fernández Ochoa, que unos meses antes había ganado el oro en los Juegos de Invierno de Sapporo.

Con sus hijos Cristina y Felipe, sin embargo, se quebró el factor del mérito deportivo que no corre el riesgo de romperse en próximas ediciones con otros «royals». El imponer un criterio computable u objetivo no es sinónimo de justicia porque, ¿quién podría discutir la designació­n de Carla Suárez? La tenista canaria no ha ganado ninguna medalla olímpica, y es harto improbable que la gane en estos Juegos de Tokio, pero ha tenido los santos coj... redaños de volver a competir en la élite a los pocos meses de superar un cáncer. El homenaje en forma de «standing ovation» que le tributaron tanto en Roland Garros como en Wimbledon se lo ha negado un estúpido reglamento.

Hay muchos motivos para llevar una bandera. Estados Unidos eligió en 2008 a Lopez Lomong, un niño sudanés que había llegado como refugiado de guerra y que se convirtió en mediofondi­sta. En un registro más frívolo, aunque igual de legítimo, Tonga repitió ayer con el taekwondis­ta Pita Taofatofua, que en Río causó furor con su sonrisa de galán, su taparrabos tradiciona­l del Pacífico Sur y su apolíneo torso desnudo embadurnad­o en aceite. En fin, tampoco hay mucho donde elegir cuando la delegación consta de seis deportista­s.

Los abanderado­s españoles fueron, a su modo, un canto a la diversidad. Mireia Belmonte es catalana de ascendenci­a andaluza, con un nombre en vernáculo y un apellido cordobés de resonancia campera, del Pasmo de Triana que revolucion­ó la tauromaqui­a y que tertuliaba con el mismísimo Valle-Inclán. Saúl Craviotto es un policía nacional que patrulla por Gijón como podría hacerlo por Nueva York, con ese nombre judío que lo denunciarí­a como infiltrado de Arnold Rothstein y ese apellido italiano digno de un esbirro de Lucky Luciano.

Saúl Craviotto, nombre judío y apellido italiano, podría ser un infiltrado de Arthur Rothstein o un esbirro de Luciano

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DPA Pita Taofatofua volvió a ser la estrella en el desfile inaugural

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