La Razón (Cataluña)

La serie del «Todo incluido»

- María José Navarro

He abandonado por unos días mi pisito de cuarenta metros cuadrados para tomar vacaciones. Salí por la puerta con la misma prisa que el que abandona una cámara de gas. Como fuera de casa no se están en ningún sitio, señores. Podría haberme ido a ver piedras, monumentos, museos. Podría también haberme ido a una isla de Baleares a lucir cuerpo por las terrazas de Ibiza, por ejemplo, pero es que ni tengo cuerpo ni me da el cuerpo para ir a Ibiza, con la de gente que va a Ibiza que es que yo no sé ni cómo caben tantas gafas de sol juntas. Así que, en otra demostraci­ón de que soy todo glamour, estoy en un hotel de medio pelo, de esos que llevan más batallas que Simón Bolívar, con mi pulserita de «Todo incluido» y viendo alemanes. Cuando uno ve alemanes de cerca saca muchas mejores impresione­s de uno mismo. Sin ir más lejos: la manera que tienen de comer jamón. Oigan, no saben, pero tampoco saben cómo entrarle a un filete de emperador a la plancha. Verles venir con sus platos del buffet, todo rebozao, es un espectácul­o, pero es que, mirar alrededor es para hacer una serie en la tele y la colocábamo­s sin problema. Cada mesa es un mundo y cada una tiene una historia. Hija adolescent­e china de padres vascos que aparece con el rimmel por las rodillas. Grita a los padres que dejan sus platos a la mitad para irse a llorar. Ella llora a voces. Al lado hay una pareja. Uno de ellos habla por teléfono y el otro trae la comida, las bebidas, con actitud sumisa. El que habla por el móvil alardea de su ligue de turno. Dan ganas de levantarse y darle con el filete de emperador de los alemanes en toa la cara. Detrás, una familia. Abuelos, matrimonio e hijo pequeño. La madre y la abuela, muy tirantes. Hablan de otro niño en pasado. Y de fondo, dos valenciano­s que se quejan de que eso no es fideuá. «Aquí no hay quien veranee», ¿a que sí?

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